La historia es inverosímil desde donde se la mire, no cierra por ningún lado. Sin embargo, todos los medios la creyeron —y publicaron— a pie juntillas, sin chequear lo mínimo. Sin cuestionar las incongruencias que presentaba.
Se trata del caso de las agresiones al fiscal Fernando Cartasegna, titular de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) N° 4 de La Plata.
De acuerdo a las crónicas periodísticas de los últimos días, grupos mafiosos, policiales y/o vinculados a la trata de personas estarían interesados en amedrentarlo para que no se los investigue.
Lo curioso es que los supuestos agresores terminaron logrando todo lo contrario a lo que buscaban y terminaron expuestos públicamente. ¿Quién dejaría carteles comparando a Cartasegna con Nisman sabiendo la connotación que ello conlleva? ¿Quién sería tan imbécil?
Los criminales no parecen demasiado profesionales. Tal es así, que los elementos que usaron para inmovilizarlo son los que estaban en la fiscalía, principalmente unos cables de computación. ¿Qué hubiera ocurrido si en esa oficina no encontraban nada de utilidad para hacer esa tarea?
No es el único interrogante: el propio fiscal admitió que jamás pudo ver los rostros de quienes le ataron las manos. Al principio sonaba lógico, ya que se habló de que las tenía encintadas en la espalda, pero luego se comprobó que se las “anudaron” por delante de su cuerpo.
Es tan poco creíble lo que le pasó, que el propio Cartasegna dijo hoy: "No sé qué fue lo que pasó, me han dado mucho medicamento y no puedo reconstruir lo que pasó. No quiero decir algo y después contradecirme".
Hasta el procurador Gerardo Conte Grand, jefe del fiscal, admitió que se trata de "una historia que no cierra". Incluso reconoció que podría "tratarse de una situación utilizada para disfrazar otra".
Como se dijo, nada cierra. ¿Qué decir respecto del mensaje hecho con azúcar que habrían dejado los agresores armando la palabra “Nisman”? ¿A quién iba dirigido, si Cartasegna estaba allí mismo? ¿Quién querría dejar rastros de algo así?
Lo cierto es que el mínimo avance que presenta la investigación hasta ahora roza la figura del propio fiscal, ya que el único sospechado es Matías Romero, un empleado de la fiscalía que trabaja para él.
Inexplicablemente, el hombre escapó de un baño donde había afiches de amenazas contra Cartasegna. Según el jefe de Seguridad del edificio de la fiscalía, que lo demoró, lo habría visto pegar esos panfletos en las paredes del lugar.
No parece casual en tal sentido el comentario que hizo el propio funcionario judicial este jueves, sin que nadie se lo preguntara: “Tengo gente alrededor y pongo las manos en el fuego por ellos”. ¿Por qué la aclaración?
Si se tiene en cuenta que Cartasegna estaba encerrado en su propio despacho al momento de aparecer maniatado, solo cabe pensar que la persona —o las personas— que lo amordazaron tenían copia de la llave del lugar.
Las ventanas tienen rejas, por lo cual es imposible ingresar desde allí. A su vez, es curioso que el funcionario judicial decidiera mandar a hacer un trámite —le dijo que no volviera— uno de los policías que lo custodian justo antes del eventual ataque.
Ciertamente, en estas horas la hipótesis más firme es la de un autoatentado por parte de Cartasegna, en el intento de desviar un conflicto personal que tendría el propio fiscal.
Quienes lo refieren son los mismos que recuerdan que, lejos de luchar contra las mafias, el fiscal fue acusado por ser cómplice de torturadores en el año 2011, en el marco de un expediente que aún hoy puede consultarse por Internet, el IPP 34728-10. No es el único caso, pero sí el más emblemático.
Es todo tan burdo, que terminará por caer por propio peso, como ocurre siempre en estos casos. Lo único que habrá que lamentar es la enorme cantidad de recursos que fueron derivados para investigar algo que no era real.
— Christian Sanz (@CeSanz1) 4 de mayo de 2017
Lo mismo debe decirse respecto del periodismo, que una vez más terminó magnificando algo que era fabulesco y que provocó la innecesaria preocupación —y desinformación— de la ciudadanía.
Era algo que podía haberse evitado con un simple chequeo de información y la utilización del tan mentado sentido común.