No cualquiera puede jactarse de trabajar de aquello que ama hacer. Menos aún de hacerlo en un medio que le permite meter sus narices en lo que se le venga en gana.
Soy un suertudo, lo sé. Yo resumo esas condiciones y las celebro cada día, aún cuando muchas veces maldigo por las cartas documento que recibo, siempre más tolerables que las amenazas anónimas y ni qué hablar de los juicios por calumnias e injurias que me inician. Ciertamente, es parte de la idiosincrasia del periodista de investigación.
Empecé a ejercer este oficio —el “mejor del mundo”, según el maestro Gabriel García Márquez— hace casi 25 años, siendo mi especialidad “la gráfica”.
Como casi todos, comencé trabajando ad honorem, haciendo un programa semanal de radio junto a un par de improvisados colegas. Lo financiábamos nosotros mismos. Éramos un grupo de perdedores natos.
Le habíamos puesto “Bajando línea”, sin saber qué significaba esa frase realmente. “Suena linda”, decíamos a coro en esos días. Y quedó.
Pasó mucho tiempo hasta que pude cobrar algo de dinero por mi desempeño profesional. De hecho, mi primera factura me la pagó el siempre vigente —y polémico— Samuel “Chiche” Gelblung.
Eran los “macondianos” años 90 y yo estaba a punto de sacar mi primer libro: “La mafia, la ley y el poder”. Lo hice finalmente y me arrepentí: nunca he visto algo tan mal escrito.
Luego llegó mi segunda obra, esta vez sobre Alfredo Yabrán, luego la tercera, sobre la muerte de Carlitos Menem, y así sucesivamente, hasta llegar a mi noveno libro, “Trimarco SA”. Mucha agua ha corrido bajo el puente.
Mi última obra es un manual “urgente” para periodistas de investigación. Me costó mucho escribirlo porque, aunque la pasión me acompaña, los tiempos siempre me juegan en contra.
Entretanto, despunto como director periodístico en Tribuna de Periodistas y en Diario Mendoza Today. ¿Qué más puedo pedir?
Soy un apasionado del periodismo, una cualidad que ya no abunda demasiado por las redacciones actuales. Y es una pena, porque sin pasión no hay ningún otro motor que pueda impulsar la maquinaria del hombre de prensa.
La ausencia de esa virtud termina por jugar en contra de los periodistas, ya que en muchos casos terminan corrompiéndose con facilidad. Ello me permite introducir la segunda cualidad que debe tener un periodista: la honestidad.
Uno puede escribir mejor o peor, puede trabajar en un medio más grande o más pequeño, investigar mejor o peor. Son cuestiones circunstanciales que se aprenden con el tiempo. Sin embargo, la pasión y la honestidad no se aprenden, se nace o no se nace con ellas.
Otro gran maestro, Ryszard Kapuscinski, solía decir que, “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer. Buenos seres humanos”. Y si acaso no quedaba claro, agregaba: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.
Por eso, jamás un periodista puede salir de una universidad. En lo personal, creo que el periodismo no se aprende en ninguna escuela, se asimila como cualquier otro oficio: trabajando.
Es una buena reflexión a tener en cuenta en este Día del Periodista, culminando con las palabras de otro gran maestro de periodistas, el gran Miguel Ángel Bastenier, otrora subdirector de diario El País de España.
Con él he tenido copiosas e interminables conversaciones —públicas y privadas— sobre el oficio de la prensa. Son diálogos hermosos que quedaron truncados a fines de abril de 2017, cuando falleció repentinamente.
La frase de que más me ha marcado de Bastenier es aquella que puntualiza: "La única manera que tiene el periodista de hacer un mundo mejor es haciendo un periodismo mejor".
Nada que agregar. Más claro echarle agua.