Eran los idus de 2015, antes de que Mauricio Macri ganara las elecciones en segunda vuelta.
Entonces, un grupo de economistas decidió reunirse a efectos de elaborar un certero diagnóstico referido a la herencia económica que dejaba el kirchnerismo. Sus nombres se reservarán por el momento, pero son todos harto conocidos.
Al mismo tiempo, los especialistas decidieron avanzar en una serie de propuestas para encarar la denominada “herencia recibida”.
La idea era simple y sencilla: publicar lo que surgiera de esa “lluvia de ideas” como una suerte de “contribución”.
Se reunieron una vez, una segunda, una tercera, y quedó finalmente como una rutina semanal. Siempre en el mismo lugar: un cómodo departamento ubicado en Posadas y Montevideo de la Capital Federal.
Uno de esos jueves —tal el día que habían pactado los economistas— apareció un casi desconocido Javier Milei.
Los especialistas disertaban en ese momento acerca de la reforma del Estado y si convenía o no hacer una gran reforma tributaria.
Ni lento ni perezoso, el economista de los “cabellos revolucionados” agarró la palabra y propuso un tópico que dejó a todos enmudecidos: dijo que había que aplicar el “Bono Milei”, una solución que proponía endeudamiento a largo plazo para cancelar ese mismo compromiso.
Mientras muchos intentaban entender de qué iba la explicación —lo cual era complicado porque el disertante hablaba a los gritos, casi desencajado— Milei comenzó a descalificar a los presentes.
Incluso sostuvo que estaba mal la forma en que algunos de ellos calculaban el tipo de cambio real. “Te pedimos que nos hablés con respeto, somos todos profesionales con trayectoria y no está bien la forma en que te dirigís al grupo”, dijo uno de los presentes, intentando lo imposible: calmar al hombre del pelo revuelto.
Tal era la violencia que allí se vivía que uno de los economistas se levantó de la reunión y se fue so pretexto de que tenía otra reunión.
Cuando Milei se retiró del encuentro, el hermano de uno de los economistas en cuestión quebró el silencio con una pregunta que todos se estaban haciendo y que estalló en la cara de aquel que lo había integrado al grupo: “¿De dónde lo sacaste a éste?”. Obviamente, Milei jamás pudo volver a acercarse al grupo.
Y lo importante: el documento que trabajaron los especialistas se terminó publicando parcialmente... pero esa es otra historia.