Alberto Fernández va delineando su gabinete, aquel que lo acompañará allende el 11 de diciembre. Algunos nombres ya se han dado a conocer, pocos, y muchos se intuyen. Pero aún persiste el misterio.
¿Quién ocupará el Ministerio de Justicia? ¿Quién se hará cargo de la cartera de Economía? ¿Y quién comandará la Agencia Federal de Inteligencia?
Porque, aunque se conozcan los nombres de aquellos que estarán a cargo de ministerios como Trabajo y Defensa —los siempre sospechados Claudio Moroni y Agustín Rossi serán sus titulares—, lo relevante de la política pasa por otros lares. Al menos, en la Argentina.
¿Quién estará a cargo de la cartera de Seguridad? ¿Y en Transporte? Nada de nada, apenas silencio. Son nombres que persisten en mantenerse en las cabezas de Cristina y Máximo Kirchner.
No obstante, sí ha comenzado a trascender un nombre, que estará al frente de Salud, aquel sitial al que debe prestarse total atención. Porque los negocios que vienen ya se están pergeñando.
Solo hay que mirar a figuras como Hugo Sigman, de laboratorios Elea, Héctor Daer de la CGT y el propio Juan Manzur, entre otros. Todos ellos relacionados al “negocio” —léase “negociado”— de la Salud.
Entre ellos han “consensuado” que el ministro de Salud del neo kirchnerismo sea Pablo Raúl Yedlin, extitular de esa cartera en Tucumán y actual diputado nacional por la misma provincia.
Se trata de un ex alumno de Ginés González García, cuyo nombre también venía sonando para ocupar ese cargo. Una incómoda y añeja investigación sobre remedios genéricos lo dejó a la vera del camino.
Como sea, Yedlin tiene toda una carrera en las lides políticas de Tucumán. Luego de recibirse en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de esa provincia, supo asumir como secretario de Coordinación del Ministerio de Salud Pública. Fue en el año 2003 y el gobernador era el neoperonista José Alperovich.
Un año después fue designado secretario Ejecutivo Médico del Sistema Provincial de Salud y, en 2007, recaló como ministro de Salud Pública de Tucumán, cargo en el que se mantuvo hasta 2015, cuando pasó a ser Secretario General de la Gobernación, ya con Juan Luis Manzur como gobernador.
En su paso por la cartera de Salud, Yedlin protagonizó uno de los mayores escándalos que recuerda Tucumán. Se trata del Funsal-gate, el suspicaz intento de pago de 800 mil pesos a una fantasmal fundación para el dictado de cursos para odontólogos y asistentes ad hoc.
Las irregularidades fueron corroboradas en 2010 por el Tribunal de Cuentas de Tucumán, quien dio a conocer la Acordada 990, a través de la cual se le aplicó una multa equivalente a cinco sueldos al propio Yedlin; al entonces secretario ejecutivo médico del Sistema Provincial de Salud (Siprosa), Alberto Sabaj, y al exdirector general de Recursos Humanos, Daniel Alvarez Garmendia.
“La medida adoptada por el organismo de control se sustenta en que los funcionarios incurrieron en serias irregularidades y transgresiones administrativas al momento de contratar a la Fundación Salud (Funsal), para el dictado de cursos para odontólogos y asistentes por un monto de $ 800.000”, de acuerdo a lo publicado oportunamente por diario La Gaceta de Tucumán.
El pago había sido autorizado por Yedlin, aun cuando el listado de estudiantes no había sido acompañado por el número de DNI de cada uno, como obligan las normas de procedimientos de la administración pública tucumana.
Tampoco aparecía la pertinente constancia que acreditara su pertenencia al Sistema Provincial de Salud, de rigor. No es todo: también se detectaron incongruencias en las fechas.
Y hay más aún: según acreditó La Gaceta, la sede inscripta por la fundación era un departamento céntrico y el número de teléfono que figuraba en la guía correspondiente a ese domicilio estaba a nombre de Raúl Penna, entonces jefe de Gabinete de Manzur, cuando ocupaba el Ministerio de Salud de la Nación.
A pesar de las irregularidades, la justicia tucumana decidió archivar el expediente de marras y salvar a Yedlin. Quien obró el milagro fue una fiscal llamada María de las Mercedes Carrizo, cercana a Manzur y Alperovich.
Como bien dice aquel dicho del saber popular, “todo queda en casa”.