Van a decir que fueron unos pocos. Que eran oligarcas. Que son golpistas. Que estaban movilizados por la oposición.
Lo que sea en pos de minimizar la elocuente movilización que se dio este domingo en todo el país. Porque siempre es más sencillo taparse los oídos y seguir adelante. Poco importa si se está por chocar a 200 kilómetros por hora. Es el dogma del kirchnerismo.
Hace 8 años, en el contexto del anterior #8N ocurrió algo similar: la ciudadanía copó el país con consignas contra la corrupción, una eventual reforma constitucional, por una justicia independiente, por libertad de prensa y contra la inseguridad, entre otros tópicos.
Es increíble, porque es lo mismo que se reclama ahora. Nada parece haber cambiado desde entonces hasta ahora, a pesar del paso de los años. Todo sigue igual que entonces.
Es lógico entonces que la gente salga a marchar. ¿No es lo que se hace cuando alguien no escucha? ¿Repetir las consignas hasta que se haga algo al respecto?
Ciertamente, el gobierno debería prestar atención a los pedidos de los que manifiestan. No solo porque son reclamos pertinentes y necesarios, sino porque además es creciente en cantidad la gente que los hace.
¿O creerá el kirchnerismo que no hay corrupción? ¿O que la justicia es independiente? ¿O que no hay inseguridad?
No hay ninguna conspiración, como suele creer Cristina ante este tipo de situaciones. No existe un complot de miles y miles de ciudadanos contra ella. Solo un reclamo genuino, como lo hubo en su momento contra el macrismo, por otras cuestiones, también relevantes.
La vicepresidenta debería haber aprendido la lección que le dieron hace 8 años los mismos que marchan hoy por las diferentes calles de la Argentina.
Tal vez… solo tal vez, habría logrado evitar la brutal derrota que sufrió en 2015.