“Soy un espía, un espectador. Y el ventilador desgarrándote. Sé que te excita pensar hasta dónde llegaré”. Soda Stereo
Nadie zafa. Duele aceptarlo, incluso incomoda, pero es la pura verdad. Todos los gobiernos apelan a la sucia práctica de la utilización de los servicios de inteligencia. De diversas maneras.
Ya sea para financiar la política a través de sus fondos reservados, ya sea para presionar a la Justicia, ya sea para espiar a opositores y “enemigos”.
Lo hizo en su momento Carlos Menem y lo continuaron los posteriores gobiernos, principalmente el de Néstor —y Cristina— Kirchner, y el de Mauricio Macri.
Quien escribe estas líneas lo vivió en carne propia, década tras década. Literalmente. Porque el menemismo lo espió en 1998, cuando aquel gobierno supo que escribía un libro sobre la muerte del vástago de Menem, que se publicó un año después. “Maten al hijo del presidente”, se tituló.
Diez años más tarde, en 2008, fue el kirchnerismo el que posó el aparato del espionaje sobre este cronista, cuando se enteró de su reunión con Sebastián Forza, quien sería asesinado en agosto de ese año por sicarios a sueldo de Aníbal Fernández.
Luego, en 2017, fue el turno del macrismo, justo después de que este periodista descubriera que Macri era dueño de una firma off shore llamada Kagemusha.
Lo antedicho, no solo revela que todos en ese tópico —el del espionaje— actúan de idéntica manera, sino que además ninguno está dispuesto a desmantelar la cuestionable práctica de meter las narices en cuestiones de la vida privada de los ciudadanos.
Es más grave de lo que denotan estas palabras. Porque los servicios de inteligencia no fueron creados para lo que están siendo utilizados finalmente, sino para asegurar la seguridad interior del país. Y en la Argentina ello no ocurre. Baste mencionar que los espías vernáculos ni siquiera supieron anticipar los atentados en Buenos Aires. Ergo, ni siquiera deberían existir.
Valga lo antedicho para dar contexto al video que se conoció en las últimas horas, donde pudo verse al exministro de Trabajo bonaerense, Marcelo Villegas, asegurando que, si pudiera tendría “una Gestapo, una fuerza de embestida para terminar con todos los gremios”.
La gravedad de esa afirmación todavía no ha sido debidamente mensurada por los referentes de Juntos por el Cambio, que ahora mismo solo intentan averiguar quién y cómo filtró ese video. Es lo menos relevante a esta altura.
Una digresión al respecto: las imágenes parecen pertenecer a la Sala de Situación de la Agencia Federal de Inteligencia. Y todo indica que los que filtraron el video son los “cuentapropistas” a los que el macrismo les soltó la mano en la Justicia, en el contexto del expediente por espionaje ilegal que, apelando a argumentos pueriles, liberó de culpa y cargo a Macri. Un “vuelto”, como suele decirse.
Como sea, en el seno del kirchnerismo analizan avanzar en una catarata de medidas judiciales y pedidos de informes. Quien tendrá la tarea más complicada es la exgobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, porque Villegas respondía directamente a ella. ¿Cómo podría la mujer asegurar que no sabía nada respecto de lo que desnudó el video de marras? ¿Quién le creería?
Finalmente, lo más triste no es que la oposición termine siendo igual que el kirchnerismo en este tópico, ni tampoco la torpeza infantil que demostró tener. No. Lo más triste es que ahora mismo tipos como “Pata” Medina tendrán argumento de sobra para victimizarse y decir que jamás fueron corruptos, sino que sufrieron una implacable persecución política.
Se la dejaron servida en bandeja de plata. Solo en Argenzuela.
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