De pronto, todo el mundo se volvió loco. La aparición de un avión de origen iraní tripulado por una aerolínea venezolana hizo que se encendieran todas las alarmas.
¿Se trató de terroristas? No, ni por asomo. ¿Traían una bomba o algo similar? Tampoco. ¿Eran narcotraficantes? Menos que menos.
¿Entonces, que encendió tantas preocupaciones? Dos tópicos de la trama: primero que venían de Venezuela; segundo, que venían con tripulantes de Irán. Como si todos los venezolanos e iraníes fueran terroristas, narcos y malvivientes.
Parte de ese “sambenito” lo provocaron aquellos que acusaron a Irán de haber perpetrado los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA. Empezando por el gobierno de Carlos Menem, el juez Juan José Galeano, y todos los funcionarios que operaron como cómplices de aquella mentira.
A estos se sumaron una veintena de periodistas de grandes medios, que jamás leyeron los expedientes de los atentados y, aún así, se dedicaron a escribir ríos y ríos de tinta acusando a gente que nada tuvo que ver con los hechos de marras.
Uno ha escrito, no uno, sino dos libros sobre aquellos luctuosos hechos, cuyos autores aparecen bien identificados en las causas judiciales que los investigaron. No hay allí ninguna prueba contra iranì alguno.
Respecto de Venezuela, la cuestión es un poco màs complicada, porque allì aparecen los lazos del chavismo, siempre sospechado de todo lo malo. No obstante, no significa que todos los venezolanos sean delincuentes ni mucho menos. Para eso hay bases de datos de inteligencia donde se deben cruzar los pertinentes datos. Incluso a nivel internacional.
Acaso ese sea el único pecado del gobierno argentino: no haber actuado con premura ante la novedad del avión, chequeando la identidad de los pasajeros.
Dicho sea de paso, ¿supieron los agentes de contrainteligencia de la AFI acerca de la existencia de la aeronave? Pocos saben que la vieja base del agente Alejandro Patricio en Ezeiza sigue operando. Se trata de un hombre del riñón del siempre sospechado Antonio “Jaime” Stiuso, abocado al contrabando de alto vuelo.
Aparece en la misma organización el camporista Orestes Carella, quien en 2015 “escrachó” al periodista Damian Pachter, aquel que avisó sobre la muerte de Alberto Nisman. Según fuentes paraguayas, hubo una alerta a ese departamento de la exSIDE hace tres semanas respecto del avión en cuestión.
Como sea, quienes se alertan en estas horas por la aparición de la temible aeronave venezolano-iraní. desconocen cómo se maneja el terrorismo internacional. Jamás a través de empresas comerciales, siempre pasibles de ser revisadas y dejar expuestos a sus pasajeros con sus respectivos planes (con la única excepción, obvia, del 9/11, que tuvo otra lógica totalmente diferente).
Copiaré textual lo que dijo un funcionario judicial en las últimas horas: “El avión transportaba autopartes para una empresa automotriz, se revisó la carga varias veces pero no se encontró nada extraño y fue liberada".
Así y todo, la fiscal federal Cecilia Incardona requirió que se investigue la trama y el juez federal Federico Villena decretó que la causa pasara a tramitar bajo secreto de sumario.
Entretanto, requirió una batería de medidas de prueba tendientes a determinar si alguno de los tripulantes del avión de la empresa Emtrasur tiene vínculos con el terrorismo internacional. Lo que surgirá de allí es obvio: todo quedará en la nada misma. Porque no hay nada de nada.
Finalmente, el único tópico escandaloso de toda la cuestión, del cual nadie parece haber reparado, refiere a la empresa que contrató el vuelo, Tebasa, la cual es propiedad de Horacio Carles, ex presidente paraguayo actualmente investigado por diversos delitos.
El periodismo argento se escandaliza por lo que no es escándalo y jamás investiga lo relevante. Es un hecho.
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