No hay una sola prueba, solo dimes y diretes. Siempre por parte de actores interesados. Y ello es suficiente para que periodistas de grandes medios se animen a avanzar en una fábula sorprendente, que no carece de terrorismo, armas nucleares y complicidades políticas de ocasión.
Refiere a lo sucedido con el avión iraní, mega sospechado de inusitadas tramas, de la talla de las novelas de Robert Ludlum. Pero que finalmente no han revelado nada de nada.
A esta altura, la Justicia no logra encontrar delito alguno que se haya configurado para poder mantener detenidos a los venezolanos e iraníes que viajaban en la aeronave de marras. Y todo indica que en las próximas horas deberán ser liberados del hotel donde los mantienen retenidos.
Debe reconocerse a los funcionarios judiciales la pericia de “malabaristas” que han mostrado hasta ahora para sostener con alfileres un expediente que carece de pruebas.
Lo único que aparece allí son informes foráneos, principalmente de Estados Unidos e Israel, que aseguran que los iraníes son mega terroristas que, poco más, planean acabar contra el mundo entero. Pero ni una sola evidencia de ello. Nada de nada.
Muy similar a lo ocurrido con los atentados en Buenos Aires —Embajada de Israel y AMIA—, donde han “abrochado” a otro grupo de iraníes, que no tuvieron implicancia alguna en los mismos. De hecho, en el voluminoso expediente aparecen claros los lazos de aquellos luctuosos hechos con la mafia siria. Que incluyen la “factura” de la bomba que explotó en la mutual judía.
Sin embargo, en EEUU e Israel juran hasta el día de hoy que los culpables son iraníes. Sin aportar una sola prueba al respecto.
“La CIA y el Mossad me aseguran que ellos tienen pruebas contra Irán, yo no las ví pero les creo”, reconoció a quien escribe estas líneas el malogrado fiscal Alberto Nisman en 2007.
Ello en el contexto de la investigación para el libro “AMIA, la gran mentira oficial”, que este cronista publicó ese mismo año junto al gran colega Fernando Paolella.
Ciertamente, lo que ocurre en estas horas con el avión iraní pareciera una suerte de remake de aquella absurda trama. Con ribetes aún más novelescos.
Por caso, la Policía porteña extrajo información del teléfono de uno de los demorados, Gholamreza Ghasemi, y solo encontró fotos de tanques y misiles. Bastó para que los “colegas” de siempre salieran con los tapones de punta a llevar agua para su molino. Como si se tratara de la evidencia harto concluyente de algún delito.
Dirá el tiempo qué les depara a los venezolanos e iraníes en desgracia. No es intención de este periodista defenderlos ni mucho menos.
Solo aprovechar este caso para mostrar el derrumbe inevitable y persistente del periodismo argentino. Que en paz descanse.