Otra vez más y van. Las voces de la Sociedad Interamericana de Prensa han vuelto a alzarse contra el sistema de presiones que el Gobierno viene efectuando contra los medios críticos a su gestión. En un documento elocuente per se, la entidad recordó que siguen “recrudeciendo en la Argentina las agresiones a periodistas y editores de medios de comunicación por parte de funcionarios, referentes y militantes afines al poder político".

Al mismo tiempo, solicitó que el gobierno argentino promueva "una actitud de tolerancia a la labor periodística" y evite la agresión y la estigmatización”.

No es novedoso el pedido, ni será el último que la SIP —y otras organizaciones de defensa a la prensa—haga al respecto. El kirchnerismo se ha caracterizado, desde el preciso momento de su asunción, en mayo de 2003, por el trato discrecional a los medios de prensa. Su frase de cabecera parece ser “a los amigos, todo; a los enemigos, nada”.

Ese lema se ha llevado a un nivel que no tiene parangón en la historia vernácula. Por caso, la publicidad oficial se incrementó en progresión geométrica en solo siete años de gestión. La pauta del Estado pasó, de 43 millones en 2003, a 829 millones en 2010.

Si eso no fuera suficientemente escandaloso, el kirchnerismo le asigna 780 veces más pauta publicitaria a “medios amigos” en relación a los que no lo son. Un dato no menor a ese respecto: se trata de fondos públicos; esto es, de la sociedad toda.

En ese mar de desmesura, hay medios de prensa como diario Perfil o revista Noticias que ni siquiera cuentan con avisos del Estado, solo por el hecho de mostrarse críticos a las políticas oficiales.

A esta “inconducta” oficial, debe sumarse la inédita campaña de “escrache” contra periodistas no kirchneristas y la persecución judicial que el Gobierno ha efectuado contra los que no comulgan con sus políticas.

Sin embargo, lo más interesante es el concepto de “periodismo no oficialista” que adscriben los manuales de Casa de Gobierno; ya que la mera mención mediática de cualquier hecho de corrupción es motivo suficiente como para pasar del cielo al infierno oficial.

Mario Wainfeld, periodista de Página/12 —hay que aclarar: medio afín al kirchnerismo— lo ha sufrido en carne propia: “(Néstor Kirchner) a veces se enfadaba por una nota. Llamaba por teléfono o discutía de cuerpo presente (…) Podía embroncarse mucho”.  

La del oficialismo, es una concepción insólita: no interesa tanto la corrupción cometida por un Ricardo Jaime, un Julio De Vido o un Ricardo Echegaray, sino la mención mediática de ello.

“En realidad, a los Kirchner lo que les molesta es no poder manejar todos los medios a su antojo; eso es lo que hacen con la Justicia, donde con un llamado telefónico aprietan a los jueces para que sobresean a los funcionarios acusados”, admitió a este cronista un ex Ministro de Justicia eyectado en 2004 por haberse atrevido a denunciar hechos de corrupción oficial.

Así es la idiosincracia de los Kirchner, la cual fue tomando perversa forma durante los tres mandatos provinciales del fallecido Néstor en Santa Cruz. Luego, se perfeccionó en el ejercicio del poder nacional, tanto de él como de su esposa.

Es esto justamente lo que viene advirtiendo la SIP, entidad que supo anticipar en uno de sus primeros informes —en 2005— el nivel de crispación que se avecinaba en la Argentina si se continuaba con la presión a los medios.

En un país que hoy está fuertemente dividido a favor o en contra del Gobierno, hubiera sido bien saludable haber escuchado las alertas de ese organismo.

Christian Sanz
Twitter: @cesanz1