"No tengo un carajo que ver con Covelia". Esas palabras de Hugo Moyano, pronunciadas el pasado 18 de marzo, fueron el detonante de lo que vendría poco después. En realidad, la amenaza fue anterior, cuando el camionero amenazó con parar el país si el Gobierno no le abría algún canal de diálogo luego de conocido el exhorto suizo que aseguraba que había una investigación en ciernes sobre su persona por supuesto lavado de dinero.
En ese mismo momento, anticipó lo que vendría al llamar a “bloquear a los medios de comunicación” que publicaran la información que lo salpicaba judicialmente.
Lo que ocurrió luego es conocido ya: el Gobierno cedió, Moyano nunca llevó a cabo la movilización que había prometido y las plantas de distribución de los diarios La Nación y Clarín terminaron siendo bloqueadas frente a la sospechosa inacción oficial.
“Fue solo un conflicto gremial”, sostuvieron a coro dos funcionarios de primera línea, recién 24 horas después de que finalizó el bloqueo. Nilda Garré fue una de las que redujo la trama a una inexistente cuestión sindical. No fue el único papelón cometido por la ministra de Seguridad: también aseguró que había llamado a la fiscalía de turno para denunciar el bloqueo… pero lo hizo a un teléfono inexistente.
A esta altura es dable mencionar que sí existía —y existe— un conflicto gremial en Clarín, pero no fue justamente el esgrimido por el oficialismo, ni tampoco tuvo que ver con el bloqueo de marras. Ese solo dato tira abajo la versión oficial por completo.
A ello debe agregarse el descubrimiento de que los que impidieron la distribución de los diarios ostentaban camperas del sindicato de camioneros. Otro dato: La Nación no tuvo, ni tiene, ningún conflicto gremial en ciernes.
En la foto puede apreciarse a los manifestantes con las camperas de Camioneros
La historia no oficial
Después de la muerte de Néstor Kirchner, el pasado 27 de octubre de 2010, Moyano encontró en Cristina Kirchner una pared de concreto como respuesta a todos y cada uno de sus reclamos. Al mismo tiempo, comenzaron a recrudecer y acelerarse los expedientes que lo involucraban en diverso tipo de ilícitos, lo cual lo hizo pensar que le habían bajado el pulgar definitivamente desde Casa de Gobierno.
La negativa gubernamental de “devolverle” el Fondo Solidario de Redistribución, hizo que sus sospechas se volvieran aún más fuertes. Pero la cuestión explotó cuando el camionero supo que la Cancillería estaba al tanto del exhorto suizo desde varios días antes de que se conociera y no le fue notificado.
Su temor en esos días lo llevó a pensar que había un pacto entre Clarín y el Gobierno para destruirlo. El hecho de que la investigación helvética estuviera sustentada en artículos periodísticos de ese diario —supuestamente aportados por el intendente moronense Martín Sabbatella, muy cercano al kirchnerismo—, hicieron que Moyano explotara y amenazara con un paro nacional que finalmente quedó trunco.
A partir de allí, el sindicalista empezó a incubar la idea de organizar el bloqueo a las plantas de Clarín y La Nación. Lo hizo en el mayor de los secretos y sin informar a ningún funcionario del gobierno al respecto.
Eso sí, solo lo sabrían su abogado, Daniel Llermanos, su hijo —a cargo de llevar adelante la movida— y algunos de sus hombres más cercanos. Nadie más.
¿Por qué Moyano no avisó al Gobierno sobre lo que iba a acontecer? Simplemente porque quería saber qué haría el oficialismo cuando ocurriera el bloqueo. Eso le permitiría saber si el pacto del cual él sospechaba, entre Clarín y el kirchnerismo, era real o no.
Cuando las primeras informaciones del bloqueo llegaron a Casa de Gobierno, en la noche del sábado 26 de marzo, comenzó a reinar el desconcierto por doquier. El ala dura del Gobierno aconsejó que se enviara de inmediato a las fuerzas de seguridad para despejar el lugar, argumentando que sería una mala señal la inacción oficial frente a lo ocurrido, sobre todo tratándose de una embestida a un medio de prensa.
Otros aconsejaron lo contrario; es decir, no hacer nada. En la elección entre Moyano y Clarín, siempre convendría optar por el sindicalista, más predecible a la hora de actuar y menos pretencioso que el “Gran Diario Argentino” en sus exigencias.
La discusión duró horas y prevaleció la acción intermedia, propuesta por Nilda Garré: enviar a la Policía Federal pero que no actuara finalmente. Eso dejaría tranquilos a todos y terminaría de convencer a Moyano de que no había ningún pacto con Clarín.
Recién después de contar con esa tranquilidad —embravecido por la fortaleza adquirida después de la pulseada—, el camionero se decidió a seguir negociando con el Gobierno los puntos que habían quedado truncos después de la muerte de Néstor, principalmente la suba del imponible de Ganancias Cuarta Categoría —para trabajadores en relación de dependencia— y el cobro del millonario Fondo Solidario de Salud.
A cambio, garantizó al kirchnerismo que no habría movilizaciones que pudieran hacer peligrar la campaña oficial de cara a octubre de 2011; y de yapa puso un techo del 24% a la pretensión salarial de Camioneros, el gremio más poderoso del país.
Si bien algunos de esos puntos se están dando a conocer en estas horas, otros trascenderán recién a lo largo de los días venideros.
Concluyendo
Como puede verse, nadie ha sido totalmente sincero a la hora de hablar de lo ocurrido con los bloqueos a Clarín y La Nación. En realidad, es una historia donde no hay buenos y malos, sino intereses cruzados entre poderosos medios de prensa, funcionarios oficiales y sindicalistas corruptos.
Lamentablemente, la ciudadanía termina siendo rehén de esa interminable y sorda disputa entre los mismos sectores de poder que manejan la agenda setting desde hace más de 30 años.
Unos y otros, imponen a la sociedad sus propios intereses por sobre los de la gente. Eso explica que la noticia del bloqueo permanezca siendo la portada de los principales diarios vernáculos, olvidando ya los verdaderos problemas que aquejan a los argentinos, como la inseguridad, el desempleo y la inflación.
Es preocupante que el Gobierno no diga la verdad respecto a su embestida contra la prensa, pero también lo es el hecho de que los medios afectados apelen al ocultamiento y la mentira para defender su propia postura.