Según se desprende de los estudios realizados a nivel privado, en la Argentina la inflación anual real supera el 30%.
Desde la rotunda negativa inicial, pasando por el reconocimiento de algo incipiente que solo podría afectar a los sectores de más alto poder adquisitivo, el Gobierno nacional no tuvo más remedio que acceder a las auditorías exigidas por el Fondo Monetario Internacional.
La excusa, claro, fue tan increíble como los desesperados manotazos de ahogado que está dando el oficialismo para conseguir dinero que reemplace las nunca captadas inversiones que le permitirían seguir sosteniendo el famoso “modelo”; por eso insisten en querer instalar la versión de que las Comisiones del FMI han venido a “colaborar” en la determinación de un procedimiento de cálculo que refleje mejor el índice de precios.
En todo caso, si todo estaba tan bajo control luego de haber separado a parte del personal realmente idóneo del INDEC, ¿para qué vinieron los técnicos del Fondo?
El interrogante podría empezar a responderse considerando la imperiosa necesidad de recursos que requiere el Gobierno para seguir con el festival, más aún en un año electoral; y las chirolas que van quedando en la lata, sumadas a las inversiones que nunca llegaron porque el régimen, no es creíble.
La presión que está ejerciendo la AFIP no es casual, como no lo son el resto de las medidas que se vienen implementando en materia monetaria desde la instauración del kirchnerismo en la Argentina.
Los ejemplos de esto superabundan, y al intentar comprender los razonamientos que sustentan las medidas, aparecen curiosidades tales como que el BCRA en lugar de defender la moneda local, defiende la divisa norteamericana y la tiene clavada en algo más de $4 por unidad, incrementándola a cuenta gotas, a lo que se suma la persecución en todos los frentes, inclusive la AFIP, controlando el dólar paralelo.
Otro ejemplo de razonamiento falaz es la aplicación de multas a las consultoras que informan la inflación real, cuando lo más coherente sería buscar la solución al problema, en lugar de matar al mensajero.
Hacia el año 2007, el desaparecido Néstor Kirchner podría haber aspirado a consolidar un acuerdo con el sector empresarial y sindical, a efectos de lograr una regulación de precios y salarios y a la vez, intentar promover las inversiones por un mínimo de dos años, extensible quizás a tres o más. Pero si se pretende controlar la inflación y mantenerla en el nivel más bajo posible, no resulta coherente implementar políticas fiscales y monetarias que la eleven a más del 30%. La razón es clarísima, la gestión del Gobierno no luce para nada confiable, o en todo caso, padece esquizofrenia.
Para ilustrar mejor el tema, es posible comparar nuestra situación con lo que pasa en China, donde la inflación esperada era de unos 4 puntos y se les disparó alrededor de 5, frente a lo cual inmediatamente tomaron medidas en materia fiscal y monetaria.
En términos de política monetaria, se revaluará la moneda de manera muy gradual, ya que de hacerlo más aceleradamente, eso atraería más dinero especulativo, lo que acrecentaría la presión inflacionaria.
Asimismo, hace unos días se ha elevado la tasa de interés, siendo ésta la cuarta vez que se practica desde el mes de octubre pasado. La demanda de dinero genera inflación. Si sube la tasa de interés, habrá menor demanda y por ende, debería empujar la inflación hacia abajo.
En materia fiscal, mientras la gestión K ha ido incrementando la presión tributaria con el transcurso de los años —lo que en definitiva termina afectando la capacidad contributiva— China se ha propuesto reducirla. La acción concreta de éste último consistirá en bajar los impuestos a las importaciones y otorgar subsidios a los sectores productivos más necesitados para promover la producción de mayores cantidades de alimentos.
En el modelo K, el incremento de la presión tributaria, mayor persecución a los sujetos obligados, inflación en más de un 30%, carencia de políticas coherentes en materia económica y monetaria, constituyen la fórmula perfecta para desalentar el cumplimiento de los contribuyentes.
Sin embargo, en medio de todo este dislate e inflación —que para los asalariados, jubilados, beneficiarios de subsidios y planes, es una calamidad— para el oficialismo sigue siendo sumamente útil, en tanto le permita con el tipo de interés negativo, el señoreaje, la relación entre inflación e ilusión monetaria, facilitar los ajustes en los salarios reales; seguir con el demencial convencimiento de que se está construyendo un país en serio.
Lo peor de todo, no son las aberraciones cometidas y el desastre que dejarán, sino la creencia ciega de que son brillantes hacedores de insuperables genialidades.
Nidia G. Osimani