La negativa por parte del gobierno de Estados Unidos de mostrar las supuestas fotos de Osama Bin Laden muerto, han hecho recrudecer todas las sospechas, no solo en el seno de la sociedad norteamericana, sino también en otras partes del mundo.
En realidad, hubo media docena de contradicciones oficiales en torno a la captura del terrorista, lo cual llevó al más crudo escepticismo social; esa incredulidad, hay que admitirlo, solo podría ser quebrada con la certera aparición de una imagen de Bin Laden baleado en Pakistán.
Ello nunca ocurrirá, ya que fuentes del Departamento de Estado ya aseguraron que las imágenes son “delicadas” por demás y podrían lastimar la sensibilidad social.
¿Cómo se entiende entonces que esos mismos funcionarios hayan dejado trascender terribles imágenes de otros terroristas asesinados? Se trata de fotografías de una crudeza insuperable, difícilmente equiparables a lo que pudiera verse en una eventual toma de Bin Laden muerto.
El presidente Barack Obama contradijo hace instantes las palabras de su propio vocero, Jay Carney, al asegurar que no se trata ya de un tema de sensibilidad: “No vamos a revelar las fotos porque para nosotros no es algo importante (…) Mostrar las fotos no está relacionado con nuestro interés por la seguridad”, advirtió el mandatario a la cadena CBS.
En esa misma entrevista, que será transmitida el próximo domingo 8 de abril, Obama aseguró que Bin Laden murió al recibir “un impacto arriba del cuello”. ¿Acaso no se dijo hasta el hartazgo que el tiro había dado con certeza en uno de los ojos del terrorista, provocándole la inmediata muerte? Peor aún, ¿no se dijo luego que el tiro en realidad había sido en la cabeza?
No son las únicas contradicciones de estos días: primero se dijo que Bin Laden había ofrecido resistencia y que por ello hubo que dispararle; pocas horas después no solo se aseguró lo contrario, sino que se dijo que el terrorista había estado desarmado al momento del ataque.
Más incoherencias: se aseguró en un principio que venía siendo vigilado desde agosto de 2010, lo cual fue desmentido poco después al asegurar oficialmente que se lo ubicó por una inesperada comunicación telefónica.
Estos datos podrían no ser relevantes si no fuera porque salieron de la boca de los mismos funcionarios que hoy se niegan a mostrar registro alguno que demuestre que Bin Laden fue acribillado.
Como se dijo en esta misma columna anteriormente, casi todos los biógrafos del terrorista están de acuerdo en confirmar que este murió en diciembre de 2001, a causa de una afección renal que lo obligaba a hacerse diálisis permanente. Esa dolencia, en sus últimos días de vida, no lo dejaba siquiera moverse.
Ello explica por qué los mensajes de Bin Laden anteriores al 11S tienen una gran carga religiosa y los posteriores no. También permite entender por qué el terrorista aparece más joven en videos del año 2007 que en los de 2001.
Esta es la pura verdad, pese a quien le pese. Todo lo demás que pudiera decirse, es pura especulación, nacida de la afiebrada mente de relevantes funcionarios de Estados Unidos que ¿casualmente? hoy trabajan para que Obama pueda ser reelecto en su cargo.
Con una mano en el corazón, ¿alguien realmente puede creer en las afirmaciones de esta misma gente?