“Yo también robo para la corona, solo que mi rey no es Carlos Menem sino Alberto Fernández”. Quien habla con ese desparpajo que le supone la intimidad es Eduardo Roust, un polémico y verborrágico personaje que después de trabajar junto a Carlos Ruckauf aterrizó con muchos problemas económicos en el área de prensa del entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández, y hoy aquella estrechez de dinero es solo un recuerdo feo pero pasado.
En el Country Highland, Eduardo Roust se jactaba de haber climatizado una pileta de natación para recepcionar a dos invitados de lujo de acuerdo a las circunstancias del encuentro. Uno de esos invitados, Sergio Schoklender; el otro, el siempre impune dirigente gremial de los encargados de edificios, Víctor Santa María.
Extraño personaje este Santa María: José Pedrazza es casi un vagabundo en Puerto Madero si se compara la fortuna de uno y otro. Aunque el ferroviario está preso por instigar el crimen de Mariano Ferreyra, cuando la Justicia le cayó encima también quiso conocer el origen de su fortuna.
Víctor Santa María está en la mira de cuantas investigaciones delictivas de alta peligrosidad hay en curso. Remedios truchos, lavado de dinero, conexiones de narcotráfico y otras más. Y ahora lo presentamos en el nuevo papel de villano: el escándalo Schoklender.
En la vivienda de Eduardo Roust, se reunían el dueño de casa, el gremialista Santa María y el “Señor de los Cielos” Sergio Schoklender. Recordamos que el narco mexicano Amado Carrillo Fuentes era bendecido con el nombre del “Señor de los Cielos” merced a su flotilla de aviones Boeing 727 con los cuales transportaba cocaína a Estados Unidos y Europa. Y en los medios investigativos locales, todos suponen que Sergio Schoklender no usaba ni sus aviones ni sus barcos privados para diversión sino para delivery de alta escala.
De la mediocridad económica que vivió al lado de Ruckauf al esplendor de vida en country de lujo, auto Honda 2011 para su mujer y Audi también 0 km para su movimiento, “no se pasa trabajando”, diría con certeza el filósofo contemporáneo Luis Barrionuevo. Por si faltaba, el Highland es su refugio de fin de semana, en capital federal Roust vive en Julián Álvarez y Santa Fe.
Su casa en ese lugar exclusivo de la zona norte se había convertido en una base de operaciones que Schoklender apreciaba, y allí se concertaron algunos de los numerosos viajes secretos de Eduardo Roust a los Estados Unidos. (¿Llevaba dinero y algún personal diplomático le franqueaba las valijas al estilo Antonini Wilson?).
En algún momento, el vocero de Alberto Fernández utilizó su influencia en el poder para que su hermano Raúl (oficinas en Basavilbaso y Av. Del Libertador) pudiera zafar de al menos tres procedimientos aduaneros por asuntos vinculados al contrabando. Extraño como maneja la Aduana la operatoria de descubrir contrabandos y después hacer desaparecer los expedientes que deben ir a la Justicia.
Volvamos a Eduardo Roust. En Casa de Gobierno su “familia” política (es decir, los vínculos de Alberto Fernández-Eduardo Roust-Víctor Santa María- Sergio Schoklender) no ignoraba nada ni tenía nada que esconder de estas amistades. Las hermanitas Viviana y María Cantero —históricas secretarias de Alberto Fernández desde hace veinte años—, podrán seguramente aportar mucha información a la Justicia si se las llama a declarar y testimonian sobre los vínculos precedentes.
No resulta extraño entonces que desde el estallido del Schoklender-gate, el verborrágico y camaleónico kircherista crítico Alberto Fernández haya interrumpido sus maratónicas jornadas por cuanto espacio televisivo lo invitase a participar de su visión analítica de la realidad argentina.
O Alberto Fernández siente temor por algo desconocido, o el efecto Schoklender lo preocupa por demás.
Nadie salvo Roust-Santa Maria-Shoklender participaban de esas operatorias a puertas cerradas en el Highland, por lo tanto no podríamos sino fantasear de qué se hablaba en esos encuentros. Pero los aumentos en el patrimonio de Roust y Santa María fueron similares al enriquecimiento del apoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Con diferentes matices, alguno es más millonario que otro, pero ninguno podría justificar el nivel de su enriquecimiento si la Justicia les preguntara cómo aumentaron tan obscenamente sus patrimonios en tan cortos períodos de tiempo. Si Roust sigue su línea de explicación del “robo para la corona”, ahí tendría que explicar lo suyo Alberto Fernández.
Mientras tanto, Schoklender repite en privado que no va a volver a prisión (textual), y si tiene que ir arrastrará a varios de la manito.
Por eso concurre seguido al Juzgado de Norberto Oyarbide. Quiere declarar y su Plan B —en caso de quedar pegado en la indagatoria— es arrojar culpabilidades sobre Hebe de Bonafini y otros. (¿Alberto Fernández?, ¿Felisa Miceli?, ¿Víctor Santa María?).
Es el dilema shakesperiano de Oyarbide. Sentar en el banquillo de los acusados a Schoklender y dejarlo hablar antes de las elecciones de octubre es un golpe casi fatal para el Gobierno. No llamarlo a indagatoria sería tan burdo que también auspicia el viento gélido de éstos días, pero esta vez en las mismas entrañas del poder oficial.
En ajedrez, estas situaciones preanuncian casi un jaque mate.
Jorge Boimvaser