No se requiere ser ningún iluminado para advertir que la economía mundial ha entrado en un sendero lo suficientemente escabroso como para esperar un recrudecimiento de la crisis.
Analistas de diversa génesis cultural, diferente formación y que profesan distintas ideologías, sostienen que lo más probable es que nos estemos encaminando a una recesión global.
Sin ir más lejos, fue la propia directora gerente del FMI, Christine Lagarde quien hace pocos días hizo referencia a ese esperable escenario.
En lo particular, reservo mis dudas en cuanto a que se llegue al desastre irreversible. Creo que existen demasiados intereses en juego de los poderosos de siempre, cuyas mentes no descansan jamás velando por los suyos propios y eso, aunque suene paradójico, impedirá en términos generales, que la sangre llegue al río.
Si bien es cierto entonces que los analistas coinciden en la teoría de una profundización de la crisis, no es menos cierto que existen divergencias en cuanto a la duración y grado de intensidad de la misma.
La inestabilidad política que azota a la Eurozona y los EE UU como producto de los ajustes en lo social y laboral, es observada por el oficialismo local como demasiado lejana, quizás hasta imposible.
Sin embargo, la Argentina de fines de 2011, no es la misma que en 2008. Sus condiciones no son tan favorables porque ha caído significativamente el saldo comercial y no hay superávit fiscal real.
Mientras el, hasta dentro de muy poco tiempo, ministro de Economía de la Nación Amado Boudou, sigue afirmando que acá no pasa nada, la propia Lagarde dijo en una de sus últimas exposiciones públicas que resultaba “absurdo” que hubiera países emergentes que creyeran no ser alcanzados por lo que ocurriera en Europa y USA.
Lo concreto es que nuestra economía depende del comportamiento del precio internacional de la soja, y si bien su descenso no llegará a afectar de manera catastrófica a la Argentina porque hubo en 2005 un canje de deuda, el gasto en el que se ha incurrido en los últimos años ha sido récord. Se han usado tanto las reservas del Banco Central como sus utilidades y adelantos transitorios para financiar al Tesoro.
De todas formas, no queda demasiado margen, a este ritmo, a fin de año quedarán unos mil millones de dólares de libre disponibilidad y en 2012 hay vencimientos por 10 mil millones de dólares.
Es esperable que baje el precio de las materias primas, no solo porque los países del primer mundo comprarán menos, sino porque muchos fondos inversores, ante la incertidumbre, optarán por refugiarse en los commodities.
Asimismo, el superávit fiscal se ha esfumado a consecuencia de una política que acotó el margen de maniobra frente a la crisis. No hay superávit fiscal aunque el discurso oficial diga lo contrario, y el acceso a los mercados de deuda es sumamente difícil, lo cual hace cada vez más complejo estimular la economía.
El superávit comercial se redujo en un 10%, no hemos accedido a los mercados internacionales, nadie compra nuestros bonos y se ha deteriorado la calidad institucional del Banco Central.
A partir de 2010 se incrementó la fuga de capitales, fenómeno que recrudeció en los últimos 90 días (cada dólar que sale del país representan mas de 4 pesos menos de consumo local), el famoso viento de cola dejó de soplar y como tanto la Eurozona como EE UU redujeron su actividad, China necesariamente se podría desacelerar afectando directamente nuestra economía.
Otro factor fundamental para la economía nacional es lo que ocurre con Brasil, la desvalorización del real que puede terminar arrastrando al peso por cuestiones de competitividad.
Concluyendo, el panorama nacional como consecuencia de la crisis internacional podría quedar expresado de la siguiente manera: si el precio de la soja baja y Brasil devalúa su moneda, el impacto negativo podría ser muy fuerte e inmediato.
Si Brasil no devalúa pero baja la soja, el impacto sería menos fuerte y más manejable. Y si Brasil no devalúa y el precio de la soja no baja, se cumple la teoría del “no pasa nada”.
Nidia G. Osimani
Twitter: @nidiaosimani