La columna de manifestantes se hizo notar desde bien temprano, con variopintas banderas e improvisadas cornetas y tambores. El calor no dio tregua, siquiera por un momento, pero ni siquiera eso pudo embargar la emoción de la gente. “Hoy es un día peronista, loco”, me grita una mujer con una elocuencia que no veía desde mucho tiempo atrás. “Hoy viene
Acto seguido, me pide que le saque una foto. Error: la emoción no le permite percatarse de que no tengo cámara, solo los elementos básicos de un periodista poco preparado para la ocasión.
De pronto, el agua mineral empieza a circular, intentando matar el calor que no quiere dejar de castigar a los que estamos allí. “Está más rica que nunca (el agua)”, me dice un hombre mayor, sostenido por un improvisado bastón. Por un breve lapso, el líquido operará cual combustible que ayudará a sostener los cantos y gritos del público.
Cuando ya no hay agua y el calor parece doblegar a más de uno, aparece Cristina Kirchner. La locura se apodera de los presentes y las canciones que vivan su presencia se pisan unas a otras; todos quieren ser la voz oficial que reciba a
Cristina aparece sonriente, amable, cercana a su público, y todos le perdonan la larga espera. Solo por esa sonrisa, solo por la alegría de estar allí en un acto que muchos no terminaron de entender por qué había sido convocado finalmente.
La mandataria supo entender ipso facto esa complicidad y la aprovechó por demás, a través de saludos, sonrisas y gestos que apuntaron al corazón de esa gran muchedumbre. “Gracias, gracias”, sostuvo una y otra vez, provocando el inmediato aplauso de la gente.
Su discurso estuvo plagado de palabras inclusivas y deseos de “construir un lugar mejor para vivir”. Cada oración, fue un aplauso; cada gesto, una ovación. Era un día de inauguraciones, había mucho para celebrar… era un día peronista.
Por caso, lo imponente del Metrotranvía sorprendió a propios y ajenos, aún cuando se trata de una obra que aún se encuentra a medio hacer y de la cual el gobierno nacional no ha puesto un solo peso. Eso, hay que decirlo, no impidió la alegría general.
Sin embargo, no tardó
Y ahí empezó el declive: se distinguió de “los que hablan y critican” y juró que ella es parte de los “que laburamos las 24 horas del día”. ¿Hacía falta? ¿No hubiera sido más oportuno dar un espaldarazo al candidato provincial, Francisco Paco Pérez, de quien casi no habló una palabra?
No importa lo que diga Cristina, todos aplauden a rabiar; su discurso ya quedó tapado por cornetas, bombos y gritos. Son las últimas palabras de la mandataria, justo antes de subirse al helicóptero que la sacará de allí.
La gente empieza a desmovilizarse: las banderas quedan tiradas en el suelo y los micros llegan para buscar a quienes han concurrido al acto. El fervor aún persiste en el aire, más allá de la ausencia de la gente. Ha sido una jornada intensa, ferviente.