Luego de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, una de las hipótesis que se barajó entre los principales editorialistas de Clarín y La Nación, era que nacía otro gobierno con una Presidenta débil.
Luego de las victorias de Mauricio Macri en la ciudad de Buenos Aires y del delfín de Hermes Binner en Santa Fe, se afirmó que el kirchnerismo estaba en retirada.
Las elecciones primarias fueron una fotografía de un país que apoyaba masivamente el statu quo político actual, mientras que los líderes opositores históricos —Eduardo Duhalde, el radicalismo y Elisa Carrió— caían en picada. Solo Alberto Rodríguez Saá mantuvo su caudal de votos, y Jorge Altamira de la Izquierda Unida disfrutó el ingreso de un diputado en el Congreso.
El ex gobernador santafecino disparó la cantidad de votos emitidos a su fórmula basada en el apoyo en un tercio de las clases medias urbanas con fuerte arraigo en la juventud, aunque no le alcanzó para ganar en su propio bastión ni en la históricamente esquiva, para el peronismo, capital del país.
Se dijo que Mario Das Neves era el hombre fuerte en Chubut, pero a su compañero de fórmula, el ex presidente Duhalde, apenas lo votaron el 16% del electorado, unos 44 mil chubutenses.
Martín Redrado estuvo presente en las tapas de revistas de moda, chismes y de espectáculos, plagó las calles porteñas de sus afiches y su spot se difundió una y otra vez mostrando a un hombre experto en economía y marketing. A Redrado ni Luciana Salazar lo salvó de pasar al ostracismo.
Rodríguez Saá se paseó por estudios de televisión, su campaña vacía fue aclamada por los formadores de opinión, pero no sumó nuevos votantes el pasado domingo.
También se afirmó como una verdad incuestionable que la oposición debía hacer una autocrítica luego de las primarias. La hizo Elisa Carrio y así le fue, sacó un solo diputado por la puerta trasera de la ciudad de Buenos Aires y la mitad de los votos de agosto. El boom Altamira sorprendió, pero sacó menos votos que en las primarias, ni Twitter, ni Rial, ni la moda progre le hizo mejorar su histórico performance.
Cristina Kirchner se los comió a todos juntos. El pueblo le dio el poder absoluto, el control en ambas cámaras del Congreso y un porcentaje de votos inédito. En su discurso luego de la victoria apeló a la unidad nacional mientras en el canal híper alcahuete de noticias, CN23, ponían un zócalo con la consigna maradoniana: “La Tienen adentro”, y en las tribunas le cantaban a Julio Cobos, a Mauricio Macri y al periodismo argentino.
Daniel Scioli fue fustigado por los medios oficialistas como “678” desde el 2009 a la fecha. Sacó más votos que nadie y posibilitó un caudal extremo de apoyo a la presidenta.
¿Quién arrastró votos a quién? En el discurso de la mandataria no mencionó una despedida ni nada que se le parezca, solo habló de que estaba realizada y que había alcanzado mucho más de lo que alguna vez soñó. Seguramente, no será la última elección en el que su nombre esté presente en las boletas y, mucho menos, en las urnas.
Hay datos que llaman la atención. En una de las provincias más pobres de la Argentina, como Santiago del Estero, gobernada por el único radical K que mantuvo el poder, el FPV sacó el 82,01% de los votos. En el partido de San Martín, la suma alcanzó el 93,35%, mientras que a Altamira lo votaron apenas nueve personas y a Carrió, 11. Una o dos familias a cada uno. Nada más. En Tucumán, la candidata a concejal, Sandra Manzone, denunció en las pasadas elecciones primarias, el robo sistemática de boletas y aun su reclamo está en las vías judiciales.
En Merlo, oscuro distrito gobernado con mano de hierro por Raúl Alfredo Othacehe, una colega periodista que trabajó gratuitamente de fiscal independiente, sufrió aprietes, amenazas y, en su propia cara le robaron sistemáticamente las boletas a Martín Sabbatella, candidato amigo del oficialismo. Acudió a la Gendarmería Nacional pero los muchachos fueron más fuertes. Mi propia madre desistió de ser fiscal general en estas elecciones luego de amargarse el día entero en las primarias en la Capital Federal. En los barrios carenciados, los micros “militantes” estuvieron presentes para que los vecinos vayan a votar y, estadísticamente, en el conurbano bonaerense votaron más habitantes, en promedio, que en la ciudad de Buenos Aires.
Pero también es cierto que existe una hegemonía cultural que no se puede ni debe negarse. A Cristina la votaron las clases medias en un porcentaje superior a cualquier candidato de la oposición. Un voto alegre, festivo, resignado, cuota, plasma, individualista o ideológico, pero voto al fin. La ciudadanía le dio la espalda a los históricos referentes del peronismo y del radicalismo como Duhalde y Carrió.
La moda es pegarle a un opositor, reírse de Ricardito, de las locuras y la paranoia de Carrió y atacar a los mafiosos del ayer. La moda es codearse con el poder. Con sus matices, con más o con menos.
Desde hace ocho años el poder real es el Gobierno pero, inteligentemente, ha conseguido que la sociedad crea que está en el otro, en el campo, en las corporaciones, en el periodismo, en Clarín, en Techint, en los militares, en Papel Prensa, en l”a puta oligarquía”, en Mirtha Legrand y hasta en la embajada norteamericana. ¿Y ahora qué? Solo Cristina sabe qué hará con su vida y con su pueblo. Muchos la subestimaron y no creyeron que un día como ayer volvería a repetirse luego de los momentos antes anunciados en esta nota.
Un antiguo dicho dice que todo lo que sube tiene que bajar. Desde la vuelta de la democracia, nunca una persona subió tanto y nunca un grupo político y de funcionarios estuvo tanto tiempo en el poder. La historia la escribe el poder pero la ciudadanía puede leerla y reinterpretarla como le plazca. ¿Qué hará el día después de mañana?
Luis Gasulla
Twitter: @LuisGasulla