Martín era Gianola, pero era Martín antes que nada. Era primo de Fabián, más célebre que él, pero así y todo no se hablaban. Nunca lo hicieron. “Lo vi un par de veces en reuniones familiares, pero no nos damos bolilla”, me dijo una vez.
Pocos saben que Martín era un irremediable ateo; no solo eso: era un gran refutador de pseudociencias y un voraz lector de libros de ciencia, especialmente los de Carl Sagan.
“Si nosotros no le abrimos la cabeza a la gente, no lo va a hacer nadie”, solía decir, con dureza en la voz y en la mirada. Así era él, un apasionado en todo lo que hacía. Basta leer las columnas que supo escribir en este portal para advertirlo.
Su postura era la de una persona con confianza en su propia persona, pero siempre dudaba, acerca de todo. “Ahora me va bien, pero ¿si mañana no me va tan bien?”, insistía en repetir.
Pasó más momentos malos que buenos. Fue busca, productor, director y hasta profesor improvisado de teatro en Tigre. Antes de eso, había logrado estrellato en la tira “Nueve lunas” que se emitía por Canal 13 a mediados de los años 90.
La voluntad de hierro de Martín fue lo que le permitió avanzar en la vida, aún cuando las puertas se le cerraban una tras otra. “Todo lo que uno desea se puede cumplir”, solía vociferar.
Y él mismo fue el que demostró que eso es así. Un día me dijo que soñaba con integrar la inmortal banda de rock Virus, creada por el siempre presente Federico Moura. “Yo sé que un día lo voy a lograr”, me dijo a fines de los 90 en un húmedo bar de San Telmo.
Yo solo atiné a reírme. “¿Qué es lo gracioso, tarado?”, me dijo con la firme voz que lo caracterizaba. No supe qué decirle.
Pocos años más tarde, el destino supo regalarle lo que más quería. Ahí estaba él tocando con la banda de sus sueños. “Te dije que lo iba a lograr”, me dijo. En ese preciso instante, me dio una gran lección de vida. Al mismo tiempo, me calló la boca.
Todo bien con Martín, pero seguía sin trabajo. Y lo peor: estaba preocupado por ello.
De pronto, su imagen imponente apareció en enormes carteles de la calle Corrientes, revelando su participación en la obra CincoGays.com, una deliciosa comedia dirigida por Rafael Pence. “Vos no vas a pagar, quedate tranquilo”, me sorprendió cuando le conté que tenía ganas de ir a verlo al teatro. Él sabía que, al igual que hoy, odiaba ver obras teatrales.
Su actuación fue imponente y jugada, destacándose una escena en la que le daba un intenso beso en la boca a Cristian Sancho.
Años más tarde, llegó la peor noticia: “Chris, tengo cáncer”, me dijo. Acto seguido, dijo la frase que jamás pensé escuchar de su boca: “Tengo miedo”. ¿Qué decirle a quien siempre tenía todas las respuestas? ¿Cómo darle esperanzas a quien no creía en nada ni nadie, siquiera en Dios?
Como pudo, Martín la peleó y superó sus peores miedos. Lo hizo de la manera menos pensada: trabajando. “Me parece que me cura más la clase de la noche que la quimio de la mañana”, escribió hace unos meses en su muro de Facebook.
Luego llegó un nuevo año y los comienzos de 2013 lo encontraron trabajando. “Escribiendo ‘Papel, Madera y Acero’, una comedia para una buena pareja de actores. La tengo en la mente desde hace tiempo. Hoy como parte de mis vacaciones, comienzo a divertirme bajándola”, volvió a comentar a través de las redes sociales.
El 7 de febrero fue su último reporte: “Tranquilo. Recuperando fuerzas. Besos a todos”, escribió nuevamente en Facebook. Como siempre, en lugar de buscar que alguien lo calmara, él buscaba una vez más tranquilizar a quienes lo queríamos.
La muerte lo encontró desprevenido, como casi siempre suele ocurrir. Pero también lo inmortalizó. ¿Cómo olvidar a ese actor cuyo rostro se negaba a envejecer? ¿Cómo no admirar a la persona que luchó, no solo contra su enfermedad, sino también contra su esquivo destino?
La historia de Martín es la de la superación, una lección para quienes creemos que no todo es posible. Él mismo lo demostró una y otra vez.
Siempre hizo lo que quiso y logró lo que se propuso, sin importar lo complicado que fuera. “Yo quiero que un día todos hablen de mí”, me dijo hace algunas semanas a través de un escueto correo electrónico.
Una vez más, logró lo que quería. Hoy todos hablaremos de él. Con la admiración de siempre.
Hasta pronto, querido amigo mío. Ya nos veremos por ahí para hablar las cosas de siempre.