En un mismo día, tres veces seguidas la presidenta de la Nación se ocupó de hacer una feroz crítica a la justicia vernácula. Sus dardos fueron envenenados y se dirigieron principalmente a un sector que la tiene en vilo en estas horas: la Corte Suprema, encabezada por el nuevo “cuco” Ricardo Lorenzetti.
Su enojo nace de su propio temor. Y ese miedo, a su vez, de la posibilidad de que ese cuerpo falle contra la reforma que ella misma impulsó en el Congreso de la Nación y que reza que los miembros del Consejo de la Magistratura deben ser electos por el voto popular.
Por eso, Cristina se apuró a asegurar que los jueces sí “tienen opinión” y que “no salen de debajo de las baldosas”. Y allí nace la primera incongruencia:
¿Qué tiene que ver el pensamiento intrínseco de los magistrados con el hecho de que a estos los elija la ciudadanía?
El peligro no tiene que ver con que tengan o no opinión formada, sino con el hecho de que se politice su nombramiento. ¿Qué imparcialidad puede tener un juez que fue elegido en una boleta sábana junto a una veintena de funcionarios que responden al poder Ejecutivo de turno?
Lo más interesante del discurso de Cristina fue cuando intentó justificar la avanzada oficial: “Democracia es una palabra que no puede atemorizar a nadie (…) Si hubiésemos lanzado el programa de monarquización de la Justicia yo comprendería que todo el mundo estuviera tan nervioso o indignado”.
A esta altura, el cinismo de la Presidenta es a prueba de balas. ¿Pretende acaso que la sociedad crea que la justicia será democratizada solo por la voluntad de mencionarlo? ¿Qué tiene que ver con la democracia un proyecto que, por el contrario, amordaza a los jueces? La democracia se practica, no se declama.
Si realmente quisiera transparentar a ese poder, la mandataria debería promover que magistrados de la talla de Norberto Oyarbide, María Romilda Servini de Cubría y Rodolfo Canicoba Corral, fueran separados de sus cargos.
No solo no lo hará, sino que ha permitido que un hombre oscuro y sospechado como Luis Rodríguez —objetado incluso por el escriba K Horacio Verbitsky— llegue al fuero federal en medio de escándalos de diversa índole.
Por otro lado, Cristina debería recordar que ella misma fue la que en 2006 impulsó la reforma al Consejo de la Magistratura que hoy quiere modificar.
En buen romance, eso se llama “borrar con el codo lo que se escribió con la mano. ¿Cómo se explica esa contradicción?
Como puede verse, el contexto de un año electoral esquivo ha puesto nervioso a más de uno en el kirchnerismo. Sin embargo, a diferencia de otras oportunidades, ahora gran parte del poder judicial ha decidido dar pelea.
Cristina lo sabe y por eso apela a su mejor herramienta en estas horas: su cuenta de Twitter. Esta vez, ese solo recurso no le alcanzará.
Christian Sanz
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