Todos los argumentos que se mencionaron inmediatamente después de la muerte de Alberto Nisman, parecen ir cayendo como un desvencijado dominó al paso de las horas.
La seguridad con la que los principales funcionarios del gobierno hablaban de un posible suicidio —con Sergio Berni a la cabeza—, empieza a derrumbarse como un improvisado castillo de naipes.
Poco y nada de lo que se dijo oficialmente pudo sostenerse luego en los hechos, sobre todo después de la declaración de puntuales testigos que mostraron la facilidad con la que podía accederse al domicilio del fiscal especial del caso AMIA.
En tal sentido, ¿no es vergonzoso que después de dos días de severa investigación recién ahora se haya descubierto que había un tercer acceso al departamento de Nisman? ¿No es un papelón que un envejecido cerrajero revelara la facilidad con la que pudo abrir la puerta de servicio?
Es un papelón, ciertamente, pero hay algo peor aún: el silencio de Cristina Kirchner. La presidenta, tan afecta a hablar por cadena nacional acerca de cuestiones triviales, hasta ahora no se mostrado públicamente para hacer comentario alguno sobre el tópico que quita el sueño de casi todos los argentinos.
Apenas sí escribió una serie de desacertados comentarios en su página de Facebook que, en lugar de aclarar el tema, echaron más oscuridad al asunto. Una suerte de “metamensajes” a algún misterioso destinatario.
Lo ocurrido con Nisman es grave, de una gravedad pocas veces vista. Y, en ese marco, el silencio de la presidenta solo alimenta las sospechas de la ciudadanía, que la da por segura ideóloga del asesinato del fiscal especial.
Al no hablar del tema, las suspicacias sobre su persona crecen de manera exponencial. ¿Cómo convencer a la sociedad que ese mutismo no es silencio cómplice, sobre todo cuando los pocos mensajes oficiales que se conocieron carecieron de solidaridad para con la familia de Nisman?
Cristina hace todo al revés: habla cuando debe callar y calla cuando debe hablar. Es una estrategia que no le ha servido hasta ahora, pero que persiste en utilizar.
En este caso, debería hacer una excepción, ya que se trata del tópico más escandaloso que le tocó enfrentar en los más de doce años de gobierno del kirchnerismo.
¿Entenderá la presidenta la gravedad de lo que ocurre? ¿Se lo dirán sus colaboradores? ¿O seguirán alimentándola con el “diario de Irigoyen” que le ofrendan cada mañana?
El daño que le ha endilgado la muerte de Nisman a su gobierno es inconmensurable: baste saber que la imagen de Cristina descendió más de diez puntos en apenas una semana y promete seguir en caída libre.
Urge el pronunciamiento de la jefa de Estado, en vivo y en directo. Con la sinceridad que no suele caracterizarla.
Si ello no ocurre, no podrá luego la presidenta argumentar que son infundadas las sospechas sobre su persona. Ya lo dice la vieja y conocida frase: “El que calla, otorga”.