El periodismo es muchas veces corporativo, escondedor, encubridor de sus propias miserias. Para el hombre de prensa está bien destrozar a ciertas personas —preferentemente a aquellos con los que no comulga— pero no sucede lo mismo cuando sus propios colegas se mueven al margen de la ley.
En esos casos, se mueve un mágico resorte que vuelve a todos los periodistas ciegos, sordos y mudos. Es imposible conocer cuál es la lógica de ese mecanismo, pero es infalible. Por caso, ¿cuántas denuncias contra colegas se hicieron públicas en las últimas dos décadas?
Los hechos existen, sin dudas, pero siempre son barridos bajo la alfombra de la hipocresía corporativa. Son cuestiones que involucran a hombres de prensa muy conocidos, implicados en estafas, operaciones de prensa y hasta violencia de género.
Uno de esos casos es el de Gabriel Anello, un hombre violento que fue premiado anoche mismo con un Martín Fierro por su labor profesional en la radio más escuchada de la Argentina, Mitre.
¿Cuántos colegas desconocen las persistentes denuncias que viene realizando su exmujer Verónica Caro, con fotos y documentos que grafican las golpizas sufridas por parte de este?
Me consta que la mayoría de los hombres de prensa que trabajan en grandes medios conocen los detalles del escándalo, como también me consta que todos ellos eligieron callar por una cuestión casi gremial.
Lo viví en carne propia cuando decidí publicar una dura denuncia contra Anello el año pasado. Recibí entonces puntuales llamados, correos electrónicos y hasta mensajes privados de Facebook por parte de conocidos periodistas que me sugerían hacer silencio al respecto. “¿Qué ganás publicando lo que publicaste?”, me dijo un conocidísimo cronista de radio Mitre en esos días.
Yo no podía creer que me preguntara semejante idiotez. ¿Acaso el colega no había leído los manuales básicos sobre periodismo?
El caso Anello es solo un ejemplo de los tantos que podrían mencionarse, pero que a esta altura no vale la pena referenciar. Hay muchas otras Verónica Caro, incontables cuestiones que comprometen a los periodistas vernáculos. Pero nunca ello saldrá a la luz.
Salvo, claro, que ocurra lo que pasó en las últimas horas con este escándalo, que cobró relevancia solo porque se volvió de moda la movida #NiUnaMenos y unos pocos colegas se animaron a saltar el cerco del imbécil mutismo.
Lo de Anello es más complejo de lo que se ha dicho: está sospechado de lavar dinero, ostenta denuncias anteriores por violencia de género y hasta tiene una hija no reconocida.
Es un escándalo aparte, que ya será revelado por quien escribe estas líneas. Por ahora, es esperable que lo sucedido configure un real leading case que permita avanzar para que cambie esa maldita costumbre de que el periodismo encubra sus propias miserias.
Será hora de releer al gran maestro de periodistas Gabriel García Márquez, quien lo definió muy claramente: “La ética debe acompañar siempre al periodismo, como el zumbido al moscardón”.