Se acabó el periodismo honesto, murió por completo; ahora todo tiene un sesgo y se encuentra bajo sospecha.
Si se habla mal de Mauricio Macri, es porque uno es kirchnerista. En sentido contrario, si se critica al kirchnerismo uno es macrista, o massista, o lo que sea. Ya no vale lo que se dice y publica, sino aquello que supuestamente oculta.
Todo tiene una doble intención, es un intento de lavar la cabeza a otros de manera oculta y subrepticia, como si fuéramos parte de una secta que busca captar a otros.
En lo personal lo vivo a diario en estos días, en los que intento mostrar los desaguisados del gobierno de Macri. No importa lo documentadas que estén mis notas periodísticas, soy un kirchnerista encubierto.
Un razonamiento simplista y estúpido, ciertamente. Ya lo viví otras veces, por eso no me sorprende.
Cuando llegó la Alianza al poder, en el año 99, me acusaron de hacerle el juego al menemismo por señalar hechos oscuros que involucraban a Fernando De la Rúa. No importó que hubiera escrito tres libros referido a la corrupción de Carlos Menem y sus vínculos con el narcotráfico. No… Había que seguir pegándole al menemismo aún cuando no estuviera en el poder.
Me pasó años más tarde, en 2001, cuando Eduardo Duhalde se convirtió en presidente “de facto”. Revelar su costado más oscuro, vinculado con la mafia y los narcóticos no era importante, había que seguir hablando de la explosión de 2001, ad infinitum.
En 2003, ocurrió lo mismo: llegaron los Kirchner al poder y empezaron mis notas contra el incipiente gobierno. Revelé antes que nadie que Julio de Vido era el “cajero” del kirchnerismo, que Ricardo Echegaray había recalado en la Aduana para hacer jugosos negociados, que Ricardo Jaime era el valijero de Néstor y que Aníbal Fernández era narco. Me costó muy caro.
No solo recibí docenas de cartas documento y querellas penales por parte de esos y otros funcionarios, sino que además “mis” lectores me acusaron de no darle la chance al nuevo gobierno de reconstruir el país. Ni Clarín se animaba a tanto. De hecho, hasta 2008 fue el house organ del entonces oficialismo.
A esta altura, me pregunto: ¿Qué hubiera ocurrido si de entrada todos los periodistas hubiéramos puesto la lupa sobre los funcionarios que recalaban en la Casa Rosada? ¿Hubiera hecho tamaño desfalco De Vido? ¿Hubiera infestado de drogas el país Aníbal? ¿Hubiera ocurrido el triple crimen de Gral. Rodríguez? ¿Habría sucedido la tragedia de Once de 2012?
Es historia contrafáctica, lo sé, pero tengo derecho a plantearme esas y otras preguntas. Sobre todo porque fui el periodista más perseguido por el kirchnerismo y el que más denuncias hizo contra ese gobierno.
Ahora, con Macri en el poder, ocurre lo mismo: la prensa sigue enfocada en lo que hicieron Néstor y Cristina y calla respecto de lo que sucede con los funcionarios del actual oficialismo. ¿Acaso nadie aprendió la lección?
No hay que dejar de analizar e investigar los estragos que hicieron los Kirchner, para nada, pero urge posar la mirada en quien ahora maneja la cosa pública. Son las personas elegidas por nosotros para manejar lo que es nuestro y amerita que sean controlados de cerca.
¿Por qué enojarse con el periodista que lo hace? ¿Por qué enfadarse con aquel que descubre los desaguisados de los referentes del actual oficialismo?
Una digresión: no todo ha sido crítica, fui el primero en advertir que a Gómez Centurión le habían hecho una “cama” en la Aduana. Y el tiempo me dio la razón.
Como sea, el periodista es una suerte de “fiscal” de lo que hacen los funcionarios públicos. Es quien representa los ojos de toda la sociedad. ¿Qué sería de la ciudadanía sin periodistas? ¿Cómo sabrían lo que ocurre a diario?
Es hora de terminar con la idiotez de descalificar a quien opina diferente, de poner etiquetas peyorativas. Es tiempo dejar hacer a los que saben lo que mejor saben hacer: periodismo.