Son incorregibles, hablan de cómo debe hacer el país para salir del pozo y hasta critican a diestra y siniestra a aquellos con los que no comulgan.
Sin embargo, son los primeros transgresores de toda norma existente. Son ventajeros, aprovechadores y siniestros.
No dudan en cruzar semáforos en rojo e ignorar todas las señales de tránsito posibles, como si no existieran.
Cuando la policía los pesca “in fraganti”, son los primeros en ofrecer una oportuna cometa para zafar.
Si van al supermercado, son aquellos que toman y comen alimentos que después no pagarán, abandonando los “restos” en alguna góndola que les quede de pasada. Si pueden colarse en la caja, también lo harán.
Son aquellos que, si nos tocan de vecinos, cuando escuchan que uno se acerca al ascensor, se apuran por cerrarnos la puerta en la cara y escapar como ratas por tirante.
Se creen que viven solos, gritan por los pasillos y escuchan música a todo volumen. Incluso compran ruidosas mascotas aún cuando el reglamento de copropiedad del edificio prohíbe tener animales.
Se los puede distinguir en sus ostentosos autos recorriendo cualquier ruta a 200 km por hora, cagándose en todo el mundo.
Son los mismos que se destacan por pegarle una trompada al profesor que se animó a aplazar a sus hijos.
Hablan de la familia y la pérdida de valores mientras chatean con su media docena de amantes.
Evaden sus impuestos al tiempo que se quejan de que no funcionan las instituciones públicas.
No son la excepción, son la regla. Son parte de la idiosincrasia de los argentinos. Ellos mismos son la explicación de por qué no salimos del pozo como país.
Son pura lacra. Somos… aunque nos duela.