Poco a poco, la mentira de la pista iraní va perdiendo fuerza en torno a la investigación de la causa del atentado a la AMIA.
El propio Antonio Stiuso, otrora hombre fuerte de la AFI, admitió que nunca se profundizó la pista siria —él mismo fue parte de ese entramado de desvío judicial— y ahora apareció un elemento nuevo, aportado por el ingeniero en física nuclear Darío Jinchuk, un argentino que fue Jefe de Relaciones Internacionales en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en Buenos Aires hasta el 2007, luego trabajó hasta el 2014 en la OIEA, el organismo Internacional de Energía Atómica en Viena.
Sus palabras cobran relevancia en el marco de la insistente afirmación de que los atentados en Buenos Aires se debieron a la suspensión de puntuales acuerdos con Irán por parte de la Argentina.
Entrevistado por diario Clarín, esto dice el especialista al respecto: “Esa es una teoría de la Unidad Especial de Investigaciones del Caso AMIA. Yo no lo creo posible. Si bien las fechas más o menos podrían coincidir, porque pensemos que el atentado a la Embajada fue en 1992, el de la AMIA fue en 1994, la rescisión de estos contratos de combustible fue en 1991. Uno podría decir que una cosa lleva a la otra. Que fue por venganza. Pero ellos seguían negociando. Por un lado, la negociación, la entrega de los combustibles para reactores bajo el paraguas de la OIEA, siguió hasta 1993. Ya había pasado el atentado a la Embajada de Israel. Por otra parte, la negociación para tener una indemnización económica por los contratos de las plantas de combustibles duró hasta 1997. Ya había pasado el atentado de la AMIA. No parece tener mucho sentido que ellos siguieran negociando y, simultáneamente, hagan un atentado”.
Al mismo respecto, Jinchuk añadió: “Los tiempos están muy justos. El embarque de los suministros para la planta de fabricación de combustible se frenó en diciembre de 1991 y hasta fines de febrero de 1992 se discutía con los iraníes sobre el embarque. El primer atentado contra la embajada de Israel se produce en el 92. Es decir, pasó muy poco tiempo entre la suspensión del embarque y el atentado. Un acto terrorista como fue el de la Embajada no se prepara tan rápido”.
Como publicó este cronista en su libro AMIA, la gran mentira oficial —junto al enorme colega Fernando Paolella—, la pista iraní fue pergeñada por los cerebros de la CIA y el Mossad a efectos de desviar las sospechas sobre Siria, que en esos días se encontraba avanzando en acuerdos de paz en medio oriente… con Israel.
Ello explica por qué no existen evidencias concretas contra Irán en todo el expediente AMIA. Por el contrario, abundan indicios respecto de la participación de media docena de sirios en ese mismo hecho. Pero nadie lo dirá, porque a nadie le conviene.
El propio fiscal Alberto Nisman admitió ante quien escribe estas líneas —junto al colega Paolella— que según él existían pruebas contra Irán. Eso sí, jamás las había visto, ya que reposaban en manos de los servicios secretos de EEUU e Israel.
Dentro de poco más de un mes se cumplirán 22 años del atentado a la AMIA. Los referentes de siempre —políticos y de los otros— dirán que se están haciendo los mayores esfuerzos posibles para que se esclarezca.
Será una nueva mentira. En realidad, la misma de siempre… pero renovada.