La aparición del cuerpo de Santiago Maldonado —primicia que dio ayer diario Mendoza Post, donde yo despunto como Editor en Jefe— trajo consigo los consabidos celos periodísticos, típicos en el contexto del que García Márquez denominó como “mejor oficio del mundo”.
La noticia se basó en fuentes de Casa Rosada y la fiscalía de Esquel, chequeo en el que tuvo activa participación el director del diario en cuestión, Ricardo Montacuto, a la sazón mi jefe.
Esta mañana, como continuación de la primicia, publiqué una nota explicando de qué manera la aparición del cuerpo del artesano de 28 años complicaba al macrismo.
En el medio, puse una foto del cuerpo del propio Maldonado, de las tantas que llegaron, no solo a la redacción del Mendoza Post, sino también a mi teléfono personal.
Son fotos que circularon en Twitter y Facebook, ningún misterio, ni ninguna primicia. De hecho, en mi nota, puse que eran imágenes de Maldonado que circulaban en las redes sociales.
No obstante, como era de esperar, apareció la vedette del día, un “periodista” llamado Gabriel Bracesco, célebre por anticipar primicias que nunca ocurren, por lo cual fue eyectado de diario Clarín hace tiempo.
No conforme con sus desaciertos, Bracesco decidió atacarme este miércoles a través de su cuenta de Twitter, por supuestamente haberle robado la foto del cuerpo de Maldonado (no es chiste).
Lo hizo a través de un agravio que lo define a él más que a mí: “Bien de gordo pelotudo el choreo de @CeSanz1, Todos los periodistas son retardados mentales en este país”.
Antes que nada, me pregunto: ¿El ser gordo y pelotudo hace que uno choree? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Dicho sea de paso, ¿no es desacertado hablar de retardados mentales, calificativo demostradamente peyorativo hacia quienes tienen problemas en su psiquis? Está claro que las afirmaciones del “colega” carecen de rigor científico.
Luego, he decidido responder con la siguiente captura de pantalla de mi teléfono personal, donde puede verse que la foto publicada me llegó por Whatsapp e incluso puede verse quién me la manda (solo uno de los tantos otros amigos y conocidos que hicieron lo propio).
También han circulado las mismas fotos en el grupo interno de diario Mendoza Post, donde el ya mencionado Montacuto las compartió con todos los colegas que allí trabajamos. Ergo, frente a lo demostrado, ¿no queda como un pelotudo el propio Bracesco?
No diré mucho más al respecto, porque no amerita este último. Se trata de una persona con graves problemas de personalidad y un ostensible complejo de inferioridad, que necesita ser reconocido y no lo logra.
Ha sido ninguneado hasta por las editoriales, por lo cual debió publicar su libro sobre Nisman por cuenta propia. Como la trama de su obra no se sostiene por ningún lado, asegura que tiene partes de “ficción”. Insólito.
Finalmente, referiré dos anécdotas para que se vea qué clase de persona es Bracesco. Una ocurrió en noviembre del año pasado cuando hizo una encuesta en Twitter contra Malena Guinzburg, una actriz que se animó a confesar que fue víctima de violencia de género.
Allí una de las opciones de la medición era “incogible”. “Debido al fuerte tono de sus tuits, varios de sus seguidores rápidamente repudiaron su postura e incluso lo insultaron, al punto tal que su apellido se convirtió en una de los tópicos más destacados de Argentina de la red social”, según publicó entonces el portal El Intransigente.
La otra anécdota fue unos meses antes, en julio, cuando Bracesco justificó el feroz ataque sufrido por los colegas de Tiempo Argentino, perpetrado por una patota contratada por el bribón Mariano Martínez Rojas. “Háganse culiar”, puso en su cuenta de Twitter. Una vez más fue duramente repudiado.
Solo me resta terminar con una frase que suelen atribuirle a Einstein: “La inteligencia es muy limitada, pero la idiotez no tiene límites”.