En el marco del debate que no fue debate, Mauricio Macri y Alberto Fernández se acusaron mutuamente de los males que ellos mismos provocaron. El primero durante los últimos cuatro años de gobierno; el segundo, a lo largo de su paso por el kirchnerismo.
Porque, ¿qué hicieron uno y otro para mejorar el empleo, la producción, reducir la pobreza y transparentar las cifras estadísticas? Poco y nada.
Todo lo contrario: durante el kirchnerismo se multiplicaron los problemas y los síntomas se barrieron bajo la alfombra —Indec mediante—; y durante el macrismo empeoraron todos los índices, incluido el desempleo y la indigencia.
Por eso, escucharlos acusarse mutuamente de ser los responsables del derrotero argentino, sorprende y aterra. Porque significa que nada harán para cambiar sus políticas, sea uno u otro el que llegue al poder. ¿Por qué lo harían si creen que han hecho todo bien?
¿Y las propuestas? Bien, gracias. Apenas el anuncio de Macri de que los créditos UVA se actualizarán por los salarios y ya no por el índice de inflación. Luego, nada de nada.
Pasando en limpio: ¿Qué dijeron los candidatos para convencer a los eventuales indecisos o a aquellos cuya atención intentan captar? Solo acusaciones cruzadas y chicanas de la más baja estofa.
Los demás, Lavagna, Espert, Del Caño y Gómez Centurión, tampoco se salieron de sus libretos y lo que se esperaba que dijeran. Espert incluso decepcionó por algunos errores conceptuales que brindó. Lo que sí debe reconocerse es que los cuatro fueron mucho más ocurrentes e ingeniosos que Macri y Alberto.
No sirvió de mucho, ya que ninguno de los dos principales candidatos respondió a sus requerimientos y/o señalamientos. Era como si no hubieran existido.
Ciertamente, se trató de una noche plagada de hilarantes anécdotas que aprovecharán este lunes los principales medios vernáculos.
Por lo demás, fue un debate “sin debate”… una exposición para olvidar por completo.