(Santiago de Chile, enviado especial) Chile sigue siendo la postal de las contradicciones. Por un lado, el extremo respeto a las normas de convivencia y el republicanismo; por el otro, el caos y la destrucción.
No se trata de dos mundos diferentes, o sí. Pero son las mismas personas las que ostentan ambas condiciones. Están de un lado y del otro, alternativamente. Siempre con matices.
Un automovilista arenga a los manifestantes, que siguen reclamando por eso que parece tan impreciso y lejano, la "igualdad". Los invita a hacerlo a través de la violencia, para ser escuchados con precisión. Y cuando intento cruzar la calle, el mismo automovilista frena automáticamente su vehículo para dejarme pasar. Es la costumbre en Chile: primero siempre el peatón.
Es solo uno ejemplo de los muchos que podría dar, pero sirve para explicar la contradicción que vive el país que hasta hace poco y nada era ejemplo de todos los indicadores económicos y sociales latinoamericanos.
¿Cómo conviven conductas tan contradictorias al mismo tiempo? Es inexplicable. Tanto como el hecho de intentar entender qué hay detrás de las protestas que se dejan ver cada día en Plaza Baquedano, el epicentro que aglutina a propios ajenos en un mismo reclamo.
Se trata de personas disímiles entre sí, que no tienen un líder ni quieren tenerlo. Que confluyen desde la izquierda, pero también desde el centro y, en menor medida, desde la derecha.
¿Hay infiltrados? Sí, claro que los hay, ¿cuándo no? Pero son los menos, aquellos que canalizan la violencia en provecho propio, sin desdibujar el reclamo de fondo.
"Entiendo que el gobierno de Sebastián Piñera ha decidido modificar la Constitución, ¿no alcanza?", le pregunto a uno de los tantos que se agrupan en Plaza Italia este domingo (ver video al pie).
"No no alcanza", me dice el hombre. Vuelvo a preguntar: "¿Qué más falta?".
El chileno no duda: "Tenés el tema de las AFP, que no está dentro de la Constitución, la salud, los sueldos, los TAG (los peajes), que hoy en día todo eso es español".
Sin que necesite repreguntar, el hombre me cuenta: "Eso fue en el gobierno de (Ricardo) Lagos. Vendió todo, todo lo privatizó, el agua... ahora el TAG, que todos los días va subiendo, va subiendo, va subiendo. No puede ser que cruzas la carretera, sales o entras, cruzas Santiago y ya estás pagando más de 15 mil pesos (unos 1.150 pesos argentinos)".
Hay muchas otras cuestiones, que se suman a esos reclamos. Los sueldazos de los políticos, el nepotismo, los negociados, la concesión de grandes negocios a "familiares de", los impuestos impagables, etcétera. Mil etcéteras.
Las voces se multiplican por miles y miles. Incluso aquellos que no salen a las calles admiten que el pedido es legítimo, incluso necesario. "Es ahora o nunca", me dice una mujer mayor, dueña de la pizzería donde me encuentro comprando lo que será mi cena esta noche.
Es temprano, sí, pero los negocios cierran muy temprano, por temor a los disturbios que se generan a diario. A las 19 horas todo estará cerrado y, si no me apuro, no tendré qué comer.
"¿Hubo algún presidente o referente chileno cuya actuación merezca destacarse en las últimas décadas?", le pregunto a la mujer.
"Ninguno, porque todos se han puesto de acuerdo para robarnos a los ciudadanos, todos", me responde con desgano.
Allí abreva el conjunto de los reclamos ciudadanos. Todos, absolutamente todos, me han dicho lo mismo durante mi estadía en Santiago. Hay un hartazgo general, que no solo refiere a los políticos, sino además al sistema, al que califican como "perverso". Porque beneficia a unos pocos, poquísimos, en detrimento de todos los demás.
Un uno por ciento que se lleva todos los beneficios gracias al esfuerzo del 99% restante.
Muchos de ellos viven al norte de Plaza Baquedano, en Providencia, Las Condes y otras zonas similares, donde se agolpa "la crema y la nata" de la sociedad chilena.
Por eso las protestas se hacen allí, porque es la analogía perfecta de los ricos contra los pobres, y viceversa. El norte y el sur. El "Santiago oriente" y el "Santiago poniente", como le dicen acá.
No es nada que sorprenda. Es la usual lucha de clases -en este caso con una violencia injustificada-, que cada tanto explota y muestra lo que tan brillantemente describió Eduardo Galeano: las venas abiertas de América Latina.