Parecía imposible. Porque el daño que cometieron antaño era superlativo. Néstor y Cristina no dejaron fechoría por cometer. Ni desaguisado por refrendar.
Robaron, no solo a través de la obra pública —como suelen hacer todos los gobiernos—, sino que pergeñaron con extrema eficacia un sistema de retornos que involucró negocios de todo tenor.
Ya venían de antes con el choreo, desde las épocas de Néstor Kirchner como gobernador de Santa Cruz. Fue entonces cuando acometieron el primer gran robo: los fondos públicos que les facilitó Domingo Cavallo por regalías petrolíferas mal liquidadas.
La propia Cristina reconoció que ese dinero “se evaporó”, como si fuera así de simple la cuestión. Pero no, se trata de la confesión de un delito gravísimo, que refiere a más de mil millones de dólares birlados.
Ello explica el crecimiento exponencial de la fortuna de los Kirchner, que en solo ocho años se incrementó 3.540%, a razón de 26 mil pesos por día.
En 2012, cuando alumnos de Harvard le preguntaron a Cristina cómo había obrado tal milagro, solo atinó a responder que había sido una “abogada exitosa”. Fue la confesión indirecta del origen ilícito de ese dinero.
Porque no existe un solo litigio en el cual la hoy vicepresidenta haya obrado como letrada. Ni tampoco ninguna persona que reconociera que fue representada por ella. Ni siquiera se ha visto hasta el día de hoy su presunto diploma de abogada.
A la par que se fue derrumbando la coartada que intentó justificar lo injustificable —su fortuna—, empezaron a salir a flote los escándalos que la dejaban expuesta en insalvables hechos de corrupción.
Fue el momento de embestir contra jueces y fiscales que la pusieron en el banquillo. También contra los periodistas que dieron a conocer los detalles de esos procesos. Lo hizo a través del apriete más brutal.
No obstante, la llegada de Mauricio Macri al poder truncó sus planes, empeorando incluso su situación judicial.
Por eso, con la llegada al poder nuevamente, Cristina se ha puesto como objetivo terminar el trabajo sucio: no solo barrer con los jueces “inconvenientes” a sus pretensiones, sino también aleccionar a la prensa crítica y darle impunidad a los empresarios que le oficiaron como testaferros, como Lázaro Báez y Cristóbal López.
Es lo que explica la furia tuitera de la expresidenta contra referentes de la oposición, periodistas y funcionarios judiciales. Va contra todos, incluso —sobre todo— contra los jueces de la Corte Suprema, como anticipó Tribuna de Periodistas el pasado 13 de mayo, con pelos y señales.
Por eso también regresará Aníbal Fernández a ocupar un cargo de relevancia, porque es parte del plan que configura la cabeza de Cristina, con una dura avanzada sobre republicanismo y las instituciones, inversamente proporcional a lo que supo pregonar Alberto durante la campaña electoral.
“Nosotros queremos ser más que el peronismo”, dijo el presidente hace unos días en una entrevista que le hizo diario Página/12. La frase quedó perdida en medio de otras curiosas definiciones, pero revela el inconsciente colectivo de los K.
Está claro que, no solo nunca fueron peronistas, sino que han detestado siempre al peronismo. El kirchnerismo reivindica a la izquierda guerrillera de los 70. Por eso la existencia de “La Cámpora”. Por eso la asunción de Néstor Kirchner el 25 de mayo de 1973, 30 años después de la liberación de terroristas de la cárcel de Devoto. Por eso las palabras del marido de Cristina cuando asumió: “Volvimos”.
La historia se repite dos veces, y bla, bla, bla….
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