Desde lo discursivo fue interesante. Por momentos hasta creíble. El discurso de Alberto Fernández llamando este sábado a “cerrar la grieta” y dejar de lado los “rencores y odios” fue realmente prometedor.
"Empezamos hoy un tiempo distinto, empezamos el tiempo de la reconstrucción de la Argentina. A esta Argentina derrumbada lo vamos a poner de pie. A esta Argentina que se enferma la vamos a curar nosotros, sin odios ni rencores", afirmó el presidente en el acto realizado en la sede la CGT a 75 años del 17 de octubre de 1945. ¿Quién podría no estar de acuerdo a semejante consigna?
Sin embargo, más allá de los dichos están los hechos. Aquellos que difieren de la noble proclama presidencial.
La descalificación a los que suelen marchar contra el gobierno, la persecución a los jueces “no alineados” y la crítica descarnada al periodismo independiente, son solo algunos de los tópicos que reflejan la incongruencia entre las palabras de Alberto este sábado y la realidad.
Es curioso, porque el hoy presidente es el mismo que, cuando oficiaba como jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, allá lejos y hace tiempo, en los idus de 2004, llamaba a quien escribe estas líneas y le decía “Yo te puedo hacer mierda”.
El encono era obvio: uno era de los pocos que desnudaban la corrupción kirchnerista. Pero no era el único: los colegas de revista Noticias y diario Perfil también eran receptores de los mismos llamados.
"Vamos a terminar esta Argentina del odio porque nosotros creemos en la diversidad porque una sociedad que tiene un discurso único no es buena y todos vamos a tener derechos", avanzó el jefe de Estado, acaso olvidando que esta misma semana su propio jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo que los que marcharon contra el gobierno “no son la gente, no son el pueblo, no son la Argentina”.
"Vamos a convocar a todos los argentinos a estar unidos porque el mundo nos exige la unidad porque la pandemia no ha terminado y no resolvimos el problema del virus", agregó.
Curiosa expresión de un mandatario que no logró convocar siquiera a su vicepresidenta, Cristina Kirchner. Dicho sea de paso, ¿dónde estaba esta última? ¿Por qué ni siquiera tuiteó en favor de aquel a quien bendijo para ser el que lleve adelante los destinos de la República?
Cristina apenas sí dejó un mensaje de compromiso y resaltó la labor de su propio marido, Néstor Kirchner. Sobre Alberto, nada de nada.
Ciertamente, son muy bellos los discursos de ocasión. Pero no sirven para poner a la Argentina de pie. Lo que sirve son los hechos.