Este jueves, Mauricio Macri pasó por Mendoza sin pena ni gloria. Al menos en lo que será la primera etapa de su visita a la provincia de Rodolfo Suarez.
Le espera aún cierto trajinar político, las reuniones de rigor, con puntuales referentes radicales locales. Presumiblemente tenga un encuentro con Alfredo Cornejo e incluso con el gobernador mendocino. Pero aún las precisiones se hacen desear.
En lo que respecta a su paso por el auditorio Ángel Bustelo de la capital provincial, no hubo grandes definiciones, sino algunos “latiguillos” sobre populismos y autocracias, en obvia referencia al siempre cuestionable kirchnerismo.
También habló Macri sobre el cercenamiento de las libertades, la pandemia, la cuarentena y la mar en coche.
Y no se olvidó de la “rentable” cuestión del daño ocasionado por la prohibición de las clases presenciales. Apelando a frases hechas, nada novedosas.
Siempre apoyado por preguntas oportunas, hechas por jóvenes radicales y del PRO que parecían más prestos a lucirse que a incomodar al otrora presidente de la Nación.
Nadie le preguntó nada incómodo, ya sea sobre el espionaje ilegal durante su gobierno, sus sociedades off shore, o la denuncia que acaba de hacerle la Oficina Anticorrupción por enriquecimiento ilícito este mismo jueves. Nada de nada.
Macri nadó como pez en su propio océano. Con una tranquilidad pocas veces vista, ante un público totalmente cautivo. Nadie más pudo estar allí.
No hubo excepciones para nadie, ni siquiera para este cronista, que hubiera disfrutado bucear en aquel espacio. El mismo en el cual las “olas” se hicieron desear.