Con la mirada perdida, sin pedir disculpas jamás, Alberto Fernández finalmente hizo lo mejor que sabe hacer: lavarse las manos.
La culpa de todo lo ocurrido en Olivos, respecto de las fotos que se filtraron a la prensa, es de su mujer, no de él. Aún cuando aparece en las imágenes en cuestión. Es lo que dijo hace un rato.
¿Creerá el presidente que la ciudadanía es imbécil, que se cree tamaña mentira? ¿Qué decir acerca de las demás reuniones que tuvo, aquellas que inundan las hojas de Excel con ingresos y salidas de aquel lugar? ¿Y las fotos con la familia Moyano?
Es un hecho: Alberto es un mitómano, hecho y derecho. Miente con una eficacia que abruma. Y esa cualidad se suma a sus tantas otras, principalmente su falta de probidad para ocupar la primera magistratura del país.
Si se sumaran todos los comentarios públicos que ha hecho el jefe de Estado desde que asumió hasta ahora, se comprobaría que son más las mentiras que ha pronunciado que las verdades admitidas.
Por momentos, su vida parece una completa mentira, que se complementa con las continuas excusas que debe brindar a efectos de justificar sus propios pifies. Que provoca sin que nadie lo ayude.
Por caso, la historia del brindis en Olivos nació malparida: ¿Qué necesidad tenía la agencia Télam de publicar un cable asegurando que Fabiola había festejado su cumpleaños en soledad? Fue un obvio pedido presidencial.
Luego, cuando se descubrió la primera foto de lo ocurrido, Alberto salió a gritar a los cuatro vientos que esta era falsa, que había sido trucada por algún antikirchnerista furioso. Solo reconoció lo ocurrido cuando aparecieron nuevas imágenes. Mitómano de manual.
Con los reparos ya dichos: jamás pidió disculpas por lo que sucedió. Su lenguaje corporal denotó cómo se ponía en víctima de la situación de la cual él es victimario. Levantando todo el tiempo los hombros y abriendo las manos de adentro hacia afuera, una y otra vez, mostrando las palmas. Como diciendo que nada tenía que ocultar.
“No ocultamos nada”, sostuvo acto seguido el mandatario. Como si nunca hubiera sucedido lo de las fotos de Olivos. Por momentos parecía el programa de Diego Capusotto.
No obstante, ahora mismo el problema del presidente no pasa por lo ocurrido con esas ingratas imágenes, sino por saber cómo va a hacer para recuperar la confianza de la sociedad. Y, principalmente, cómo va a hacer para terminar los dos años que le quedan.
Ya no es unacuestión de que la oposición no lo complique, sino de que su propio espacio lo banque. Pero ello ya no ocurrirá. El kirchnerismo duro ha decidido soltarle la mano.
¿O acaso cuántos mensajes públicos se han escuchado este viernes en favor de Alberto? ¿Qué referente K de relevancia ha tuiteado algo para bancarlo?
Incluso los comunicadores cercanos al gobierno han destrozado hoy a Alberto por el pifie. Con Víctor Hugo Morales a la cabeza. “Esta vez la oposición tiene razón, esta vez no se les puede decir absolutamente nada”, sostuvo en el marco de un catártico comentario editorial.
Y añadió: “El problema no es la doble vara de los malos ni de los que normalmente mienten y persiguen, sino que esa doble vara corresponde al Presidente”. Lapidario.
Alberto pasa por su peor momento. Buscado por él. Ahora solo le queda hacer una sola cosa: rezar.
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