Aníbal Fernández es un prisionero de su propia naturaleza. Como la leyenda de la rana y el escorpión, que termina matando a la rana… pero también al escorpión.
Único en su tipo, el hoy ministro de Seguridad llega a superar sus propios límites a la hora de avanzar en desaciertos discursivos.
Lo demostró en las últimas horas, al amenazar de manera velada al dibujante Nik. Con una brutalidad pocas veces vista. Apelando a los códigos de la mafia. Casi de manual.
Nada que sorprenda a quien escribe estas líneas, porque lo sufrió en carne propia entre 2003 y 2009, por investigarlo y vincularlo con el delitos del narcotráfico y el crimen organizado.
En esos días, Aníbal demostró que no tenía ningún tipo de empacho a la hora de avanzar contra aquellos que se ponían en su camino.
El ejemplo más claro que el de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, quienes terminaron acribillados a balazos poco después de meterse en negocios que eran del hoy ministro de Seguridad de la Nación.
Pero todo tiene un límite, y este fue la amenaza a Nik. Que oficiará en las próximas elecciones como el cajón que prendió fuego Herminio Iglesias en 1983. Fue el hecho que llevó al peronismo a ser derrotado ese mismo año en las elecciones presidenciales.
Desde ya que esto es mucho más grave, porque tiene que ver con la seguridad personal de una persona. Pero lo que queda flotando en el aire es exactamente lo mismo, al menos a nivel político.
Si quiere hacerle un bien al Frente de Todos, Aníbal debería dar un paso al costado. Sin que nadie se lo pida.
Pero no lo hará, porque, como se dijo, es su naturaleza.