Rodolfo Suarez está preocupado. Severamente preocupado. Como pocas veces lo estuvo en su vida política.
Lo jaquean las protestas de los gremios estatales, cuyos dirigentes se le aparecen insaciables. Con reclamos que son imposibles de cumplir. Básicamente por carencia de dinero.
El gobernador no les tiene ningún respeto a los líderes de esos sindicatos. De hecho, los aborrece. Entiende el reclamo de los trabajadores, sí, pero desconfía de sus representantes.
Sospecha que los mensajes paritarios que estos hacen llegar a las bases están plagados de interferencias y malas interpretaciones. A efectos de exacerbar sus ánimos contra el gobierno.
En ese contexto, Suarez siente que, si hubiera podido tener diálogo directo con los propios trabajadores, habría logrado convencerlos de aceptar el ofrecimiento salarial que finalmente debió aplicar por decreto.
No es la herramienta que más le agrada, porque sabe que ello es sinónimo de nuevas protestas y reclamos, y quilombos varios. Con el consiguiente caos, que se traduce en malhumor ciudadano y termina repercutiendo contra su propia gestión.
Pero es la única alternativa que encontró, sugerida por su antecesor, Alfredo Cornejo, quien suele darle ese tipo de recomendaciones. “Tenés que ser más duro”, le dice. Y lo alecciona: “Sino, nadie te va a respetar”. Y le recuerda que en su momento él fue quien instauró el “ítem aula”.
Suarez lo escucha, y sonríe, y a veces incluso le da la razón. Pero en el fondo sabe que no es su estilo. Él es más dialoguista. Más medido. No lo dice, pero detesta la confrontación. Para eso tiene a sus funcionarios de confianza, con Víctor Ibañez a la cabeza. Que dirá siempre lo que él no puede vociferar.
Es uno de los pocos hombres en los que confía, aparte de sus propios hijos. Pocos saben que el mandatario sospecha todo el tiempo de todo el mundo. Cree que cualquier cosa que diga puede ser “filtrada” y por eso habla poco y nada. Con la oposición ni siquiera tiene canal de diálogo, práctica que sí supo alimentar de manera maquiavélica el propio Cornejo a lo largo de su mandato como gobernador de Mendoza.
Gandhi solía decir: “Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca”. Y no se equivocaba.
Como sea, serán días complicados para el gobernador, porque los reclamos llegan todos juntos y prometen escalar en lo sucesivo. Por caso, con una inflación que no deja de escalar, ¿cuánto tiempo más podrá tranquilizar a los empleados públicos sin que le exijan reabrir nuevamente las paritarias?
Aún debe resolver las diferencias con el gremio de la salud y meterse de lleno en el combate a la creciente inseguridad, que comienza a mostrar índices preocupantes (y allí no hay gobierno nacional al que echarle la culpa).
A todo ello se suma el fantasma de los saqueos, siempre latentes, y que parecen recrudecer cuando se acercan las fechas de elecciones. Con un peronismo que se muestra más afilado que nunca. Al acecho permanente, enfocado en puntuales casos de presunta corrupción cuyos referentes juran hacer explotar más cerca de los comicios.
No es todo: Suarez debe añadir la inquietante cuestión de la deuda pública, cuyo roll over la oposición se niega a acompañar. Ciertamente, el panorama no puede ser peor.
A ojos vista, está claro que Suarez enfrenta feroces tribulaciones y dilemas, que deberá resolver de alguna u otra manera, antes de que le exploten frente a sus narices.
Por ahora, consiguió maniobrar los problemas “pateando la pelota” para adelante. Pero esa estrategia solo funciona en el corto plazo, hasta que empieza a hacerse demasiado evidente.
Lo sabe cualquier jugador de fútbol: uno va llevando el balón, y avanza, y se acerca al arquero. Luego, es cuestión de meter la esfera en el arco. No es sencillo, pero hay que intentarlo.
Me parece comiencen a mirar a la terrorista SAGASTI, Senadora Nacional por Mendoza que ayer dijo " En una saga de Comodoro Neflix ahora nos dicen que las pruebas pesan".