A contrario sensu a lo que sostienen algunos medios, Sergio Massa no es ningún “súper ministro”, apenas un ministro de Economía más. Con un demérito: ni siquiera es economista. Acaso siquiera sea abogado, como él mismo suele pregonar.
Lo curioso es que, a pesar de desentenderse de ese apodo, el flamante funcionario hizo llamar a diferentes periodistas y productores televisivos y radiales para que lo presentaran de esa manera: como un súper ministro.
Es parte de su personalidad, una suerte de complejo de inferioridad, que se suma a su incipiente ambición por ser presidente de la Nación en 2023. Pero su forma de ser le jugará en contra, como suele sucederle. Porque expone demasiado sus intereses. Quienes lo conocen dicen que, por eso mismo , es un pésimo jugador de Póker.
Por caso, el fracaso detrás del nombramiento de su “segundo” en Economía fue un tiro que le salió por la culata por “bocón”. Por haber filtrado el nombre de Gabriel Rubinstein antes de que este refrendara formalmente el nombramiento de marras. En buen romance: lo erosionó antes de que siquiera hubiera asumido.
Ese solo botón de muestra define a Massa, quien siempre termina siendo víctima de sus propias ambiciones. Ello explica sus “zigzagueos” políticos, que lo llevaron a ser parte de la UCEDE, y luego del menemismo, y luego del kirchnerismo, y luego del anti kirchnerismo, y luego nuevamente del kirchnerismo. Es como una veleta, va donde lo lleva el viento, no importa dónde culmine su aventura. Por eso nunca llega a ningún lado concreto.
Entonces, convencido de que su tiempo llegará en 2023, aceptó el reto de ser quien comande la cartera de Economía de la Nación. No para mejorar el quilombo brutal que es la Argentina, sino para aceitar su propia campaña personal. ¿Qué mejor lugar para conseguir fondos de campaña y mostrarse en actos públicos donde poder hacer anuncios que se traduzcan en votos?
La alegría de Massa y su mujer, Malena Galmarini —que es tan o más ambiciosa que él— el día que este asumió como ministro, se debe a este último tópico. Nada más había para festejar.
Cristina Kirchner no desconoce aquellas ambiciones, pero no le interesan. Necesita a alguien que ponga la cara frente al descalabro que está por ocurrir, que se traducirá en un desastre económico que promete ser igual o peor que el de 2001.
No obstante, hay algo más relevante aún, de lo que pocos se atreven a hablar: la llegada de Massa es la puerta de entrada para los negocios de sus “amigos”. Los mendocinos Daniel Vila y José Luis Manzano, principalmente. A los que se suma Mauricio Filiberti y tantos otros bribones.
Uno de los negocios más escandalosos ya fue motorizado por el propio Massa a fines de 2020, en el contexto de la adquisición de Edenor por parte de Vila y Manzano. Refiere a la modificación del artículo 87 de la Ley de Presupuesto 2021, que benefició a los mencionados.
Como ya reveló Tribuna de Periodistas oportunamente, la reforma de esa norma les permitió acceder a la posibilidad de “licuar” la deuda que Edenor tenía con Cammesa. Se trata de unos 225 millones de dólares.
No es el único curro, hay otro que, de tan obvio, a todos se les pasó por alto. Lo contó en su cuenta de Twitter el abogado Julio Razona: “Vila compró Edenor con Manzano en U$S 150.000.000. Asumió Sergio Massa, anuló el 98% de los subsidios y Edenor cuadriplicará su recaudación”. Más claro, echarle agua.
Ello explica la dogmática cerrazón con la cual los medios de comunicación de Vila y Manzano defienden a Massa, lo cual se tradujo en las últimas horas en la escandalosa salida de Viviana Canosa de América 24 por intentar emitir un informe sobre el flamante ministro de Economía.
Dicho sea de paso, ¿cómo hará Massa para cumplir la promesa que hizo este sábado de no emitir más dinero hasta fin de año? ¿Cómo cubrirá los gastos del Estado con el nivel de déficit que ostentan las cuentas públicas? Cualquier respuesta posible suena inquietante.
En otro orden de cosas, preocupa sobremanera a Cristina el avance imparable del expediente “Vialidad” que la complica de manera directa, no solo a ella, sino también a su hijo Máximo Kirchner.
El alegato del fiscal Diego Luciani es impecable y cuenta con evidencia inesperada, como los mensajes surgidos del teléfono celular del otrora secretario José López, el hombre de los bolsos revoleados con millones de dólares.
Ahora se entiende por qué la vicepresidenta intentó de toda manera posible la “no” televisación del juicio. Sabía de antemano que existía esa prueba.
No es la única preocupación de la otrora presidenta: la causa que investiga los cuadernos de Centeno se encamina hacia un destino similar. Acaso la única tranquilidad de la vicepresidenta reposa en el hecho de que el juicio oral aún no comenzó ni tiene fecha de inicio.
Sin embargo, el expediente provocó puntuales “desprendimientos” que ameritarán nuevas investigaciones: por irregularidades en los subsidios a colectivos, cartelización de la obra pública y renegociación de contratos en los corredores viales. Y muchos otros.
Hablando de causas judiciales, hay una “vieja” que empezaron a hurgar los sabuesos referida a la sospechosa muerte del empresario Vittorio Gotti en el año 2004. Su empresa fue luego adquirida por Lázaro Báez con una velocidad inusitada. Quien trajo aquel incidente a la actualidad fue el referido fiscal Luciani en su alegato.
El dueño de la empresa constructora Gotti volcó de regreso de Punta Arenas, Chile, y salió despedido de su Jeep Cherokee, junto a su esposa y un acompañante cordobés. Los tres murieron y jamás se les practicó la pertinente autopsia.
A tal respecto, una revelación: Rocío Garcia, ex mujer de Máximo y madre de su hijo Néstor Iván —a la sazón nieto de Cristina Kirchner—, trabajó con Fernando Javier Butti, alias “El panza”, histórico contador de Lázaro Báez, justamente en la época en la que los K cooptaron Gotti SA.
A su vez, Rocío es la hermana de Virginia García, directora de la DGI en la AFIP. Nada es casual.
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