En apenas unas horas, se decidirá el destino de la Argentina por los próximos cuatro años. Las opciones con tres y los números entre ellos están realmente peleados. No se puede decir mucho más por la denominada “veda electoral”.
Se trata de una suerte de límite impreciso que no permite a los periodistas avanzar más allá de lo trivial en sus análisis. De lo contrario, se estaría violando aquella “veda”.
En tan contexto, se prevé una muy baja concurrencia. Aún cuando se elije presidente de la Nación.
Sin embargo, debería ser al revés: para aleccionar a la clase política tendría que haber un aluvión de personas que emitan su sufragio hoy. No importa a quién se vote, lo importante es hacerlo. Y luego persignarse.
Básicamente porque ninguno de los que pueda ganar logrará sacar a la Argentina del atolladero en el cual se encuentra. Refiere a una situación inédita, pocas veces vista.
Un corset que complicará a cualquiera de los candidatos. La deuda pública está en niveles nunca antes vistos. El déficit fiscal es superlativo. Y la inflación está a un paso de convertirse en híper.
Ello sin mencionar la escalada del dólar, el desempleo creciente y la pobreza ídem. La indigencia, ni hablar. Se trata de problemas que llevará varias décadas resolver.
Quien crea que a partir de mañana algo cambiará, está completamente equivocado. Uno tiene 52 años y ha visto todo. O ha visto demasiado. Gurúes que venían a solucionar todo. Salvadores de la Patria. Mesías que juraban revertir los problemas argentinos.
Y nada que ver. Cada uno fue peor que el anterior, y dejó al país con más empobrecimiento, más deuda y más corrupción.
Es hora de dejar de esperar milagros: el problema de la Argentina son los argentinos. Hasta que no se haga un cambio cultural de raíz, todo seguirá siendo igual. Porque los diferentes candidatos que se postulan llegan con los históricos vicios de los ciudadanos argentos.
No hace falta describir cuáles son aquellos defectos, ¿o sí? A ver… el argentino promedio espera todo del Estado, pero evade impuestos cuando puede. Jamás respeta las normas, ni siquiera las de tránsito, y es ventajero a más no poder.
Hay excepciones, desde ya, pero son los menos. La mayoría son chantas, verseros y trepadores. Y cuando llegan al poder hacen uso de esas “herramientas”. El mejor ejemplo es Alberto Fernández, el peor presidente que tuvo este país.
La solución es bien compleja: hace falta “barajar y dar de nuevo”. Cambiar en un 180% el paradigma. Educar desde pequeños a los niños y niñas sobre ética y moral. Si es necesario, imponer “deontología” como materia obligatoria desde el nivel inicial.
Es la única manera de tener esperanza en el mediano y largo plazo de que algo cambiará de una vez. No hay segundas posibilidades. Ningún mesías o salvador obrará ningún milagro.