Ciertamente Sergio Massa es un hombre de suerte. A pesar de ser responsable del desastre que es la economía argentina, ha logrado entronizarse como el más votado para ocupar el sillón de Rivadavia. Ello no es nada auspicioso, porque ¿qué haría diferente como presidente que no haya hecho hasta ahora como ministro de Economía?
Más aún: ¿Cuáles son sus pergaminos para siquiera ilusionarse con que hará una buena gestión de gobierno?
Vayamos a un lejano botón de muestra: su trabajo como mandatario frente al municipio de Tigre no ha sido malo, pero tampoco es para enmarcarlo como algo ejemplar. Ello lleva a preguntarse: ¿Es esto garantía de que podría resolver los problemas de la Argentina? Si Massa tiene la fórmula para hacerlo, jamás la ha revelado públicamente y mucho menos la ha aplicado.
Lo único cierto en su vida son sus frecuentes contradicciones. Por un lado, aparecen sus declaraciones contra el Gobierno de Cristina, que solo suele hacer de manera velada y cuando está seguro de que sus interlocutores son personas de total confianza. “Está loca”, suele decir a quien quiera escucharlo, pero solo en privado.
Por el contrario, en sus diálogos con funcionarios del kirchnerismo el otrora intendente de Tigre suele deshacerse en elogios hacia la hoy vicepresidenta de la Nación.
Esa bipolaridad suele jugarle en contra, no solo porque en Casa de Gobierno están al tanto de sus descalificaciones, sino porque ello lo obliga a medir cada una de sus jugadas. ¿Cómo moverse sin mostrarse atado al kirchnerismo? ¿Cómo parecer independiente sin romper con el oficialismo de turno?
“Massita”, como solía llamarlo Néstor Kirchner, ha sabido lidiar con contradicciones mucho más complejas que esa: lejos de su actual “progresismo”, sus orígenes lo vinculan con la UceDé, el partido conservador creado por Álvaro Alsogaray.
Más aún: todavía son recordados los días en que fue presidente de la Juventud Liberal de la Provincia de Buenos Aires: ocurrió entre los años 94 y 96. Posteriormente, fue uno de los pocos que se animó a saltar a las filas del menemismo y no dudó en trabajar para el polémico sindicalista gastronómico Luis Barrionuevo.
Se insiste: si Massa pudo sortear esas contradicciones, ¿cómo no podría ahora reinventarse?
Su regreso al kirchnerismo en 2019 logró desactivar una dura embestida mediática que preparaban los K contra él, relacionada al “caso Arcadia”. Se trata de una denuncia hecha en 2010 por Claudio Lozano en el marco de un escandaloso canje de bonos dentro de la Anses.
Este último siempre sospechó que el hoy jefe de Economía pudo haberse quedado con un “vuelto” y por ello reclamó que se investigue el papel que jugó cuando estuvo al frente de esa dependencia. Sin embargo, hay un pequeño inconveniente para el kirchnerismo: también aparece en la trama el siempre polémico Amado Boudou.
Nada parece casual: el exvicepresidente de Cristina llegó a la Anses merced a los favores del propio Massa. De allí en más su suerte sería ascendente dentro del seno gubernamental.
Como sea, el hoy victorioso candidato a la presidencia logró forjar una figura de buen administrador y hombre público comprometido con la sociedad. Y, lo que es más importante, consiguió convertirse, no solo en un súper ministro de Economía, sino también en el hombre imprescindible del neokirchnerismo.
No es poco…