No se en qué momento comencé a ser ateo. Calculo que fue cuando empecé a observar las desigualdades tremendas que el mundo muestra a diario. Lo cierto es que eso fue creciendo en mí a través de los años y fue marcando mi conducta actual.
Si hay algo que tengo claro hoy día es que, quienes lograrán cambiar nuestro planeta de la podredumbre en que está inmerso, son las personas de buena voluntad. Nada podemos ni debemos esperar por parte de la clase política u otras instituciones de ese tipo. Toda esa gente nada ha hecho ni hará a futuro; al contrario, en no pocas ocasiones ha ayudado a potenciar tales males.
Hace un tiempo me tocó conocer, de manera casual, la sede de una iglesia evangélica bautista. Uno de los tantos lugares que me produce náuseas sólo de nombrarlo.
Sin embargo, el paradójico destino quiso que, ahí mismo, conociera a un grupo de adolescentes que hacen un trabajo tremendo a favor de los chicos de la calle.
Esta joven gente inventó algo llamado "la hora felíz", es decir, un día a la semana dedicada a los chicos de la calle, donde les ofrecen algo de tomar y comer y donde los ayudan a jugar a ser eso que olvidaron en medio de su propia miseria: a ser chicos.
Pocas veces ví cosa semejante. Son adolescentes que apenas han salido de su infancia y muestran el camino a otros que no son mucho más chicos que ellos. Es muy impresionante.
Yo fui invitado a hacer magia en ese lugar y realmente me pareció una excelente iniciativa desde un primer momento por parte de esta gente.
Me hizo recordar viejos tiempos en los que solía hacer esa rutina en lugares como Casa Cuna y el Hospital de Niños. Yo fui perdiendo esa práctica a través de los años y nunca supe por qué había ocurrido. Lo cierto es que siempre me prometí a mi mismo que alguna vez volvería a esa vieja costumbre.
Ver a esos chicos ahí, observándome hacer magia, fue realmente hermoso. Los chicos tenían un destello de ilusión que apenas asomaba por sus ojos. Ese momento de magia en sus vidas era un real paréntesis en medio de su cotidiano sufrimiento. Y lo podía ver en sus calcadas miradas.
Es tremendo pensar que muchos de esos chicos no han visto un mago en su vida. Algunos ni siquiera deben saber lo que es la magia.
Ellos viven su vida como pueden. Sobreviviendo a diario en medio de la crudeza de tanta desigualdad. Golpeados por una vida que nunca les ha dado opción a nada.
Es obvio que nunca han vivido las etapas normales que les toca como chicos que son. Ellos no saben que existen derechos específicos que los protegen, ni les importa. Ellos sólo tratan de sufrir lo menos posible el paso de cada interminable día de sus vidas. Ni siquiera les importa si existe un dios. Sólo saben que están desamparados frente a este heterogéneo mundo.
Saber todo eso hizo que mi momento frente a ellos fuera realmente especial. Fue toda una comunicación entre sus miradas y la mía. Y fue un verdadero puente entre nuestros corazones. Y cuando todo terminó, fue como haberme quitado de encima un montón de capas de soberbia.
Sentí, por un momento, que la vida para esos chicos tenía algún sentido.
Más allá de lo descripto, es de destacar la actitud de la gente que organiza tal tarea. Adolescentes que se preocupan por los más desamparados, sin un peso y con todas las ganas del mundo.
Esos mismos jóvenes me agradecieron sobremanera por mi breve labor de mago. Como si hubiera hecho algo extraordinario. Y es paradójico, porque son ellos los que hacen el trabajo excepcional semana tras semana. Ellos merecen mis felicitaciones y las de todo el mundo.
Esos adolescentes trabajan durante toda la semana para lograr eso que logran cada sábado. Se esfuerzan al extremo trabajando y coordinando acciones para darle todo lo que tienen a un grupo de chicos de la calle que nadie tiene en cuenta.
Lo hacen en el más absoluto anonimato. Sin deseos de darle trascendencia, dejando de lado mil cosas ociosas que podrían hacer en sus ratos libres.
Ellos dan cátedra de cómo vivir (el mundo sería ciertamente mejor si muchos fuéramos como ellos).
Ellos dan sin esperar nada a cambio, a gente que nada tiene.
Ellos están bien lejos de la actitud de los políticos y todo ese submundo de porquería.
Ellos saben lo que muchos desconocen sobre el verdadero sentido de la vida.
Ellos son los que van a cambiar, en definitiva, el curso de este desvirtuado mundo.
Yo… les agradezco por enseñarme eso que tanto había olvidado.
A "ser humano"…
Christian Sanz