Julio Cottini era periodista, quiero decir, era un periodista de raza, de esos que aman lo que hacen. La pasión que impregnaba al trabajo de prensa que solía hacer, era envidiable. Activo como pocos, había montado en su casa un ambicioso estudio de producción radial y televisivo, en el que cada día desarrollaba su actividad profesional.

Aunque en los últimos años se había vuelto un perfecto desconocido para la mayoría de la gente, Julio trabajaba haciendo columnas radiales y televisivas para medios foráneos y le daba una interesante impronta a su actividad.

Capaz de insistir como pocos a la hora de conseguir un dato puntual, se había vuelto un obsesivo de su propia labor a pesar de su avanzada edad. Pocas veces hablábamos, pero cuando lo hacíamos era gratificante, ya que cada conversación era una lección de periodismo para mí. “Es mejor ser poco conocido pero honesto, que ser un periodista estrella y triste operador”, solía decir con el intempestivo vozarrón que lo caracterizaba.

Maestro de conocidos hombres de prensa, Julio supo trabajar en el reconocido Instituto Grafotécnico como docente y fue quien guió los pasos de relevantes colegas, uno de ellos es el hoy célebre Luis Majul. En el mismo sentido, fue en su momento un ícono ineludible a nivel radial. Parte del famoso “Fontana Show”, la voz de Julio supo imponerse allí como un sello de su propio profesionalismo.

El periodismo fue su pasión, insisto en decirlo, y lo llevó a los lugares más recónditos del planeta. Testigo de esa profusa actividad reposa en el enorme mural que aún persiste en el comedor de su casa, con infinidad de fotos laborales y familiares. Allí, una imagen de Julio en la base Marambio puede verse justo al lado de otra en la que acompaña a Cacho Fontana.

En ese mismo departamento, trabajaba cada día, en medio de añejos pedazos de computadoras y retazos de elementos de periodismo que supo utilizar alguna vez. Julio amaba trabajar en ese lugar, ya que le traía incesantes recuerdos de sus días de gloria.

Sin embargo, ese frenesí ya no estará más. Esta mañana recibí un inesperado y doloroso llamado telefónico por parte de su hija en el que me decía que Julio había fallecido anoche, luego de una dolorosa enfermedad que supo combatir con una entereza pocas veces vista.

¿Qué decir frente a ello? Poco o nada. Sólo resta decir que difícilmente pueda olvidarse la huella que dejó, no al menos en la vida de periodistas como yo. Debo reconocer que Julio ha sido un gran profesional, al que siempre le deberé demasiado.

Me rectifico: no sólo yo, el periodismo argentino todo, siempre le estará en deuda.