Vinculado en su momento al expediente de la mafia del oro, Sergio Burstein es un hábil personaje que ha sabido infiltrarse con astucia en el corazón de la agrupación que reúne a las víctimas del atentado a la AMIA, ocurrido el 18 de julio de 1994.
En realidad lo hizo “por la ventana”, como dicen algunos de sus propios compañeros, ya que la mujer de la que se arroga el vínculo era su ex esposa, Rita Worona —muerta ese fatídico día—, de quien se había divorciado en malos términos.
Más temprano que tarde, Burstein mostró sus verdaderas intenciones, al reunirse con funcionarios del kirchnerismo —especialmente con el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández— de manera insistente y, lo más llamativo, secreta. Pronto, su discurso trocó del dolor a lo político, lo cual provocó enorme desconfianza en sus propios compañeros de la mutual israelí.
Esas sospechas se acrecentaron cuando vieron que a pesar de ser monotributista categoría D, gastaba más de $30.000 por mes y manejaba siete teléfonos celulares, muchos de ellos pagados por el Estado. “¿Es casual que el discurso de Burstein sea tan politizado y que al mismo tiempo haya crecido su fortuna personal?”, me preguntó hace exactamente un año una de las más representativas familiares de víctimas de la AMIA, en el marco del aniversario anterior del atentado.
“No es casual”, le dije, y la invité a indagar sobre las largas comunicaciones entre Burstein y Aníbal Fernández. “El kirchnerismo es así, trata de infiltrarse en todos los lugares que puedan redituarle políticamente”, agregué.
Un año después de esas palabras, el propio Burstein mostró los alcances de ese “pacto” con el Gobierno en su discurso del 17 aniversario del atentado de julio del 94. Fue tan obvio y vergonzoso —hay que aclarar que no se trata de un hombre lúcido—, que las propias entidades AMIA y la DAIA coincidieron en despegarse de sus dichos.
"La AMIA se ve en la necesidad de aclarar que no se siente representada por ese discurso", señaló la entidad mediante un comunicado oficial. Además, criticó a Burstein por considerar que se refirió "en forma descalificatoria a Bergman, al periodista Pepe Eliaschev y a distintas instituciones de la comunidad judía argentina".
La DAIA, en tanto, "lamentó" esas declaraciones por considerar que con ellas "se tergiversó la conmemoración del más grave hecho terrorista sucedido en la Argentina".
En fin, tal ha sido la molestia dentro de la colectividad judía que la AMIA decidió no volver a permitir a Bustein participar del acto para conmemorar el atentado de marras.
Captando y cooptando
No es nueva ni novedosa la estrategia del kirchnerismo de cooptar a personas vinculadas a causas sensibles al quehacer nacional e infiltrarlas en su propio provecho. No hay límites oficiales a la hora de hacerlo y ello demuestra la naturaleza destructiva del Gobierno.
Nada le interesa a los funcionarios K a la hora de lograr sus objetivos, los cuales pueden tener que ver con conseguir votos, atacar a opositores o lograr redituables negocios personales. Así han exprimido a más no poder a Hebe de Bonafini, Estela de Carloto y ahora al mismo Burstein.
Obviamente, todos ellos se dejaron cooptar y tienen su grado de culpa por ello, pero no deja de provocar rechazo —y hasta vergüenza ajena— la manera de operar del kirchnerismo a la hora de avanzar en beneficio de sus propios intereses.
Lo bueno del caso —si es que hay algo bueno en esto— es que ya pocos toleran este tipo de accionar. Basta ver cómo hasta los intelectuales de Carta Abierta han empezado a criticar el estilo de abuso y denostación del Gobierno. ¿Quién hubiera anticipado hace apenas unas semanas que sus integrantes criticarían al programa 678?
El Gobierno tiene dos caminos para tomar a partir de esta situación: o cambia sus (malos) modos o los profundiza. Ojalá que esta vez no se equivoque en su elección.