Son pocas las palabras que pueden utilizarse para definir lo ocurrido esta noche. La manifestación del 8N ha hablado por sí misma, con la elocuencia de las imágenes, con la contundencia de la gran participación ciudadana (ver nuestro board en Pinterest con las fotos del 8N).
¿Qué decir frente a tamaña muestra de inquietud social ante incesantes problemas que hostigan cada día a los ciudadanos de a pie? Contrariamente a lo que sostuvo el Gobierno durante todos estos días, las consignas de los caceroleros fueron bien claras: basta de corrupción, de inseguridad y de intolerancia oficial. ¿Qué tan complicado puede ser entender algo tan sencillo?
No hay golpismo posible, nadie pidió hoy que Cristina Kirchner deje el poder ni que los militares asuman la conducción del Ejecutivo Nacional. La sociedad solo quiere vivir en paz, sin mayores problemas, nada más.
La masiva marcha popular de esta noche careció de violencia y aglutinó a diversas clases sociales, incluidos espontáneos grupos de jubilados que persisten en reclamar que mejoren sus magros haberes. Todo esto a pesar de que los agoreros oficiales de siempre juraban que los manifestantes serían tan violentos como nostálgicos de la dictadura militar de los años 70.
Falló ese vaticinio, pero también muchos otros. ¿Qué dirán ahora aquellos que aseguraban que muy pocos engrosarían la manifestación ciudadana?
Mañana viernes, los medios oficialistas de seguro insistirán en hablar de una conspiración de la anacrónica derecha setentista, algo que en realidad solo pueden pergeñar algunas afiebradas mentes K. Dirán que solo unos pocos de miles de manifestantes concurrieron a protestar preocupados por no poder comprar dólares.
A su vez, desvergonzados funcionarios del kirchnerismo insistirán en la tan mentada legitimidad que les da el 54% de los votos obtenidos por Cristina Kirchner en 2011. Lamentablemente, esa frase es la que siempre mata toda posibilidad de diálogo.
La mejor postal de lo ocurrido hoy es la que dejó la Quinta de Olivos, donde la Presidenta debió reforzar la seguridad ante el temor de incidentes de cualquier índole. ¿Es esa la solución más creativa, cercar cada vez más la integridad de los funcionarios públicos? ¿No sería más sencillo escuchar lo que la gente pide y actuar en consecuencia?
No sería nada complicado para Cristina descomprimir el descontento popular. Convocando a especialistas en transparencia y corrupción, y pidiendo una mesa de diálogo integradora codo a codo con la oposición; sería un buen comienzo y un gesto que la ciudadanía sabría interpretar con claridad.
Pero no, en lugar de ello el oficialismo persistirá en proteger a sus funcionarios más corruptos y en esconder las estadísticas de inseguridad, como si esta no existiera.
Mal que le pese a Cristina, la sordera oficial no le funcionará, como no le funcionó después del cacerolazo del 13 de septiembre pasado. Por caso, el 8N nació del descontento de la gente por no saberse escuchada por la cúpula del poder luego de esa marcha.
Es fácil vaticinar lo que ocurrirá a futuro: ante este nuevo desaire, la sociedad volverá a organizar una nueva marcha, y otra después, y así sucesivamente. El final siempre es impredecible… ¿o no?
La de hoy ha sido una dura derrota para el Gobierno. Después de lo sucedido, ya nada será igual. El Gobierno acaba de rifar su propio futuro en un duelo que era totalmente innecesario, enfrentándose con una sociedad que solo reclama lo que le corresponde. Ello de acuerdo a lo que dice la ley de leyes: la Constitución Nacional.
No es poco.
Christian Sanz
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