Es un hecho: Cristina Kirchner está convencida de que la muerte de Alberto Nisman fue parte de una interna feroz entre espías de la Secretaría de Inteligencia (ex SIDE) que se desató justo después de que decidió descabezar ese mismo organismo.
Ello explica —y justifica— su decisión de borrar del mapa a la SI de una vez y por todas. Para la presidenta, se trata del origen de todos sus males, al menos en los últimos tiempos.
Otrora, el hoy vilipendiado Antonio Stiuso le era funcional en sus “carpetazos” a opositores, periodistas y empresarios. Más aún: a través del auditor Javier Fernández, el ex director de Operaciones de la ex SIDE, sabía hacer zafar de los inconvenientes judiciales a Cristina y sus esbirros.
Sin embargo, hace poco más de un año, algo cambió: los jueces que respondían a Casa de Gobierno se pusieron rebeldes y las imputaciones y procesamientos a funcionarios K se hicieron costumbre casi diaria.
Ergo, Cristina hizo una suma simple: dos más dos es cuatro. En buen romance, si los magistrados que controla la Secretaría de Inteligencia ya no son dóciles, es porque los que mandan en esa dependencia así lo quieren.
Fue entonces cuando empezó a esbozar lo que sería la disolución total de la ex SIDE.
Comenzó con una medida tan imprevista como arriesgada: descabezó al organismo y echó a su hombre más temido, Stiuso. El mismo que le regalaba oportunas carpetas confidenciales.
Y luego ocurrió lo imprevisto, apareció muerto Alberto Nisman, el mismo que estaba por denunciar a la jefa de Estado en el Congreso Nacional. El que aseguraba que Cristina y algunos de sus hombres iban a terminar presos.
“Fue Stiuso”, dijo la presidenta entre íntimos. Luego lo ratificaría públicamente a través de su Facebook y, más tarde, en una desordenada cadena nacional que la mostró en silla de ruedas.
Allí mismo anunció su inesperado proyecto de desintegrar uno de los organismos del Estado más poderosos de las últimas décadas. El mismo que muchos quisieron barrer y no pudieron.
El que, por una simple purga, le costó el cargo al aliancista Fernando de Santibañez. Seis meses estuvo el amigo de Fernando de la Rúa al frente de la entonces SIDE. Lo voltearon sus propias carpetas.
¿Qué pasara ahora con Cristina, que se animó a mucho más que ello? ¿Podría tener la mandataria la ingenuidad de desconocer la munición gruesa que tiene en su poder la Secretaría respecto de sus propios chanchullos?
Si la salida de Stiuso fue traumática, más aún lo será la disolución de ex SIDE. Por caso, personajes de la talla de Fernando Pocino, director de Reunión Interior de esa dependencia —célebre por mantener “a sueldo” a varios periodistas de renombre— seguía siéndole leal. ¿Seguirá en esa senda luego de quedarse sin trabajo?
Más allá de los interrogantes que surgen al paso de las horas, hay uno en particular que es crucial: si el problema era el espionaje vernáculo, ¿por qué crear un nuevo organismo que se dedique a lo mismo? Más aún: ¿Por qué la presidenta no disolvió también otros organismos de espionaje, como los que dependen del Ejército o la Fuerza Aérea?
No es creíble el argumento de Cristina de que desconfiaba de la ex SIDE; si así fuera, la hubiera desechado hace años. ¿Por qué no lo hizo? Porque no le convenía.
Ya lo dijo el propio Nisman: quien le presentó a Stiuso en el marco de la causa AMIA fue el mismísimo Néstor Kirchner en el año 2004.
Como sea, ahora, al disolver la ex SIDE, la presidenta se queda sin red. Pocino, enemigo de Stiuso y también famoso por espiar a políticos y periodistas a pedido gubernamental, ya no tiene a quien serle leal. El problema es que tiene demasiada información en su poder.
Dicho sea de paso, el agente de la Secretaría de Inteligencia que le pasó información sobre Nisman al iraní Moshen Rabbani es el “desmentido” Allan Bogado, un “inorgánico” dependiente de Pocino.
A su vez, la ex esposa del asesinado fiscal, Sandra Arroyo Salgado, fue puesta por la ex SIDE al frente del juzgado federal que hoy comanda en San Isidro. Allí se dedica a perseguir a los enemigos del “modelo”, especialmente piqueteros y periodistas.
¿Qué hará ahora que quedó en medio de esta encrucijada? ¿Seguirá respondiendo a los pedidos de Casa de Gobierno o romperá lanzas, como le dicen sus otrora “mandantes” del espionaje vernáculo?
Es curiosa la pelea en la que se metió Cristina, enfrentando a todos al mismo tiempo y a pocos meses de irse del poder. Nadie, hasta el día de hoy, logra comprender la jugada.
Quienes conocen del tema, aseguran que la venganza contra la mandataria será terrible. No es casual en ese contexto que sendos espías —ahora sin trabajo— estuvieran llamando anoche mismo a dos importantes periodistas de los diarios Clarín y La Nación para aportarles información sobre corrupción oficial.
Está claro que no siempre la venganza es un plato que se come frío.