Están desesperados, obsesionados, preocupados. No saben cómo manejar lo que ocurrirá el próximo 18 de febrero. Será masivo, histórico, hiperbólico.
La ciudadanía marchará en silencio, sin banderías políticas, para reclamar por el esclarecimiento de una muerte que golpeó el corazón del republicanismo argentino.
Frente a ello, el gobierno actúa con torpeza, descalificando, ensuciando, inventando argumentos que no se sostienen siquiera desde el sentido común.
Los impresentables de siempre han salido a golpear con sus palabras, pero ya no tienen poder, a nadie le importa lo que dicen ni cómo lo dicen, por más que le pongan hiperquinética elocuencia a sus gestos.
¿Quién puede creer lo que diga un Aníbal Fernández o un Jorge Capitanich? Los funcionarios del kirchnerismo están más sucios que nadie. Tienen más barro que cualquier mácula que ellos mismos pudieran señalar.
Por caso, el secretario General de la presidencia y el jefe de Gabinete están rozados por el mismo delito: narcotráfico. El primero, por manejarlo a nivel local desde hace dos décadas; el segundo, por sus probados contactos con los personeros del mexicano Chapo Guzmán en el Chaco.
El gobierno está tan sucio, que ni siquiera Cristina atina a defenderse ante la imputación que le endilgó el fiscal Pollicita.
Los referentes del kirchnerismo casi no se han pronunciado y hasta los blogueros K brillan por su ausencia en las redes sociales.
Es un claro síntoma del final de los tiempos para el cristinismo y sus secuaces.
La muerte de Nisman es todo un quiebre, independientemente de lo que dictamine la justicia finalmente. A la gente no le interesa saber si lo mataron o se suicidó: para la sociedad la culpa ya es de Cristina.
Y es cierto: aunque no haya apretado el gatillo, o haya mandado a matar al fiscal, su gobierno —y el de su fallecido marido— pergeñaron y mejoraron una matriz de corrupción y mafia que permitió que ocurriera lo que ocurrió.
¿Por qué no desmembraron antes la ex SIDE? ¿Por qué se valieron de sus servicios a la hora de atacar a opositores, periodistas y jueces, entre otros “enemigos”? ¿Por qué pusieron al frente de la inteligencia vernácula a un oscuro represor como César Milani?
El fallecimiento de Nisman dejó expuestas esas y otras grietas. Las mismas que el gobierno intenta tapar con palabras vacuas de funcionarios siempre sospechados.
Por ello, es deber de la ciudadanía participar del #18F, más allá de lo que se piense sobre Nisman y su denuncia. Es hora de parar esta locura, de mostrar que la sociedad mastica vidrio pero no lo traga.
Es tiempo de mostrarle a este gobierno algo tan básico como necesario: que no es tan sencillo llevarse puesta una república.