El tema cobró relevancia —e insistencia— luego de que la revista brasileña Veja asegurara en su edición del 14 de marzo que existió una acuerdo secreto entre Argentina e Irán para transferir tecnología nuclear vernácula. Quien habría oficiado de intermediario es el fallecido Hugo Chávez.
La afirmación fue realizada por tres exintegrantes del círculo íntimo de la “dictadura” venezolana, citados anónimamente en un reportaje de la mencionada publicación brasileña.
Sin revelar sus nombres, cada uno de ellos aseguró que en enero de 2007 hubo un acuerdo en Caracas entre Chávez y el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad . Venezuela entregaría dinero iraní a funcionarios argentinos a cambio de dos favores para Teherán. El “valijero” terminó siendo el tristemente célebre Guido Antonini Wilson, quien fue detenido intentando ingresar al país 800 mil dólares, el 4 de agosto de 2007.
El primer favor que describieron, según Veja, era que Argentina encubriera el papel de Irán en el atentado a la AMIA. El segundo favor era que Argentina compartiera "su larga experiencia en reactores nucleares de agua pesada, un sistema anticuado, caro y complicado, pero que permite la obtención de plutonio a partir de uranio natural".
La noticia tiene relevancia intrínseca, pero también se vuelve importante por la muerte del fiscal especial Alberto Nisman.
Como sea, este lunes diario La Nación retomó el tema desde un lugar de mesura e incredulidad: “Una razón mayor para el escepticismo es que, según Veja, los desertores están hablando con las autoridades estadounidenses acerca de la participación de Venezuela ‘en el tráfico internacional de estupefacientes y su apoyo al terrorismo’. Esto sugiere que pueden estar buscando protección a cambio de lo que dicen sobre el funcionamiento interno de la dictadura. En otras palabras, tienen la motivación para contar relatos que impresionan”.
No son las únicas dudas que aparecen en torno al supuesto acuerdo: por caso, si se refrendó en 2007, ¿por qué recién se motorizó seis años más tarde? Es algo que no tiene sentido.
En sentido similar, cabe preguntarse cuál sería el beneficio de hacer una triangulación tan poco práctica del dinero que ingresaría al país por parte de Irán. ¿Para qué enviar a un Antonini Wilson, con lo que ello implica, siendo que los referentes iraníes podían ingresar esos fondos a través de una inviolable valija diplomática? ¿Todo por 800 mil dólares?
Pero aún hay más: ¿Cómo se entiende que Irán esté interesado en tecnología argentina, siendo que su crecimiento en ese campo en los últimos 20 años fue superior al de este país?
La aparición de estos arrepentidos venezolanos es muy conveniente a los intereses de diversos sectores que quieren instalar la “problemática” iraní en Latinoamérica. Sin embargo, suena poco creíble lo que revelan.
Especialmente, los supuestos diálogos que habrían llevado a cabo Ahmadinejad y Chávez.
Dice el entonces presidente de Irán, cual película de Robert Ludlum: “Es un asunto de vida o muerte. Preciso que intermedie junto a la Argentina una ayuda para el programa nuclear de mi país. Precisamos que la Argentina comparta con nosotros la tecnología nuclear. Sin su colaboración será imposible arrancar en nuestro programa”.
Chávez le responde de manera peronista: “Muy rápidamente. Yo lo haré, compañero”.
Finalmente, Ahmadinejad revela por completo su plan: “No se preocupe por los costos que involucre la operación. Irán respaldará con todo el dinero necesario para convencer a los argentinos. Tengo otra cuestión. Preciso que usted desmotive a la Argentina a que continúe insistiendo con Interpol para que capture a las autoridades de mi país”.
¿Alguien puede creer realmente en un diálogo semejante? ¿Por qué los tres “desertores” han logrado revelar con tanta precisión tal conversación pero no pudieron determinar si la tecnología nuclear fue finalmente transferida?
Es todo más que sospechoso, como puede verse. No obstante, nadie ha podido responder aún la pregunta más esencial: ¿Por qué no hablaron antes los arrepentidos venezolanos?