El triunfo de Mauricio Macri no es la mejor noticia para aquellos que conocemos algunos de sus desaguisados en la Ciudad de Buenos Aires, “Niki” Caputo mediante.
Sin embargo, hay algo que esa victoria implica y que no es nada desdeñable: es el fin de 12 años de saqueo por parte del kirchnerismo.
Skanska, Southern Winds, efedrina, triple crimen, fondos de Santa Cruz, Sueños compartidos, Ciccone y Hotesur, son solo algunos de los escándalos que nos legó Cristina Kirchner y, antes, su marido Néstor.
Casi no hubo escándalo en el que no estuvieran involucrados sus funcionarios y, por qué no, ellos mismos.
Los Boudou, Aníbal Fernández, Lázaro Báez, Ricardo Jaime, Cristóbal López, y tantos otros, se han enriquecido a la vera del poder, merced al abuso de la ciudadanía, virtualmente saqueada.
Como ciudadano, admito que tengo algunos reconocimientos para con el kirchnerismo, como el impulso de oportunos juicios contra los genocidas de la última dictadura cívico-militar y la revolucionaria Asignación Universal por Hijo.
No obstante, como periodista, solo tengo reproches: ¿Qué decir acerca de un gobierno que se manejó con impunidad, que jamás dio explicaciones y que persiguió a aquellos que solo intentamos hacer nuestro trabajo con honestidad e independencia?
No solo he sido perseguido judicialmente por los ministros y secretarios del kirchnerismo —me han iniciado una veintena de juicios penales para meterme en prisión—, sino que además han utilizado el más deleznable apriete y hasta las herramientas “legales” de la AFIP para intentar acorralarme.
No he sido el único: decenas de colegas tuvieron igual o peor suerte que yo. Solo por intentar trabajar escapando a las presiones gubernamentales de turno.
No todos: otros hombres de prensa tuvieron mejor suerte y lograron enriquecerse al calor del Ejecutivo nacional. Los Roberto Navarro, los Mauro Viale, los Víctor Hugo Morales, los Gustavo Sylvestre, los Rolando Graña, los Raúl Kollmann, etc.
Todos ellos pueden decir que “la pegaron”: se volvieron millonarios a costa de desinformar a la ciudadanía. Mal que les pese, eso también es corrupción.
Como sea, a partir de ahora empieza una nueva etapa, donde el periodismo debe manejarse con total responsabilidad. Sin ser obsecuente del gobierno que comienza, ni dejar de señalar los eventuales hechos de corrupción que lo envuelvan.
Es mi compromiso, como siempre lo ha sido desde que trabajo en los medios: ser un contrapeso del poder. Contar lo que no se quiere mostrar, lo que los poderosos quieren esconder.
Es así de simple… se llama “periodismo”.