Desde que tengo memoria, soy periodista; y desde que soy periodista, hago investigaciones jugadas… nada de medias tintas.
Ninguna cuestión tibia me identificó jamás. Lo que es blanco es blanco; lo que es negro, es negro. No me importó jamás a quién involucra lo que revelo y denuncio, ni siquiera si se trata de gente cercana a mí. Es simple, se llama “periodismo”.
Por esa actitud, perdí muchos amigos y gané aprietes de todo tipo: desde cartas documento hasta querellas penales —no me canso de decir que soy el periodista más demandado del país— pasando por la más pura y simple amenaza, siempre en alguna de sus variadas formas.
No me victimizo por ello, es parte de mi labor. Sé que me meto en temas escabrosos y entiendo que uno no sale del todo ileso de esos tópicos.
Lo viví con mi investigación —y posterior libro— sobre Alfredo Yabrán, se reiteró cuando indagué en la muerte del hijo del entonces presidente Carlos Menem —todo ello a mediados de los 90— y se volvió mucho más virulento al momento de investigar al kirchnerismo, especialmente a su monje negro, Aníbal Fernández.
En ese camino, que vengo transitando hace más de 20 años, he visto de todo, y cada vez me sorprendo menos. Sin embargo, he notado que voy perdiendo la tolerancia a la corrupción, sobre todo cuando es persistente y creciente.
Más aún cuando la ilegalidad va cooptando la voluntad de los periodistas, tan permeables a ser comprados por los mismos que ellos deberían denunciar.
En ese contexto, en los últimos tiempos me pasó algo curioso: ya no son los corruptos los que intentan comprarme, sino los propios colegas, que ya vienen cobrando de sus oscuras cajas e intentan meterme en su mismo barro.
El asco que esto me produce, ha hecho que piense seriamente en dejar el periodismo. Quizá no en el corto plazo, pero sí en el mediano. Se ha convertido en una cloaca de la cual ya no quiero ser parte.
Todo esto viene a cuento de un personaje llamado Andrés Stangalini, valijero del oscuro Víctor Santa María, titular del sindicato de encargados de edificios de la Argentina y “neomillonario” merced a puntuales negocios que hizo para/con el kirchnerismo.
Stangalini es contador y cobró celebridad el 3 de junio de 2010, cuando se descubrió que, junto con su hermano Humberto, intentó introducir más de medio millón de dólares en Uruguay. Ello impulsó al abogado Ricardo Monner Sans a hacer una presentación judicial, la cual, curiosamente, casi no tuvo repercusión en los medios.
Los hermanos Stangalini
Fui uno de los pocos interesados en hacer pública esa historia, y me costó el apriete menos esperado: el de mis propios colegas.
Es grave lo que estoy contando, lo sé, pero debo hacerlo. Porque desnuda la fragilidad del periodismo vernáculo. Peor aún: expone lo sencillo que es corromper a la prensa.
En septiembre de 2015, un periodista de renombre, que despunta en TV, fue quien dio el puntapié inicial: “Necesito que levantes dos notas del 2011 de Tribuna, es un canje de favores con un cerdo y por supuesto te debo una”, me escribió por Whatsapp, en referencia a esta nota sobre Stangalini. Luego me lo reiteró por mensaje privado de Twitter.
Allí le dije: “El tipo por el que me pedís el favor es un corrupto, ¿estás seguro de lo que me estás pidiendo?”, le dije, no sin decepción. “Sí, estoy seguro, discúlpame”, respondió.
Un mes más tarde, el que me pidió el mismo favor fue un colega de Página/12, uno de los pocos con los que aún mantengo algo de diálogo. “Es un amigo (Stangalini), te lo pido como favor personal, es como que me hacés el favor a mí”, sostuvo. Fue el fin de la relación entre nosotros.
En enero, llegó el tercer intento, esta vez por parte del director de uno de los portales web más leídos del país: “Si levantás todo lo de Stangalini, te hacés unos mangos”, me dijo. Otra ruptura… y otra decepción.
Así siguió la historia: más periodistas me llamaron, más teléfonos debí borrar. Algunos decían que era una cuestión de “amistad”, un par se sinceraron: “Me gano unos mangos si borrás las notas”. Sin palabras.
Llegué a deprimirme, no es chiste. Solo entre ayer y hoy me llamaron tres colegas, uno de ellos en nombre de un tercero, que a su vez era “amigo” de Stangalini. Ese periodista a su vez me ofreció “pauta publicitaria” del valijero de Santa María.
¿Cómo es posible? ¿No debemos denunciar a este personaje en lugar de intentar borrar su nombre de Internet, el cual aparece poco y nada? ¿No deberían los periodistas que me llaman estar investigando cómo y por qué Stangalini fuga millones de dólares del país en lugar de ser sus voceros?
Estimados colegas, les pido un favor: no me llamen más, ni en nombre de Stangalini ni en nombre de nadie. Si no pueden hacer periodismo, dedíquense a otra cosa.
Si les interesa saber de quién están siendo voceros, sepan que Stangalini fue presidente de ServiFarma, una empresa farmacéutica oportunamente investigada por el juez Norberto Oyarbide en el marco de la mafia de los medicamentos.
Más aún, el sindicato de encargados, a cargo de Víctor Santa María, ha sido uno de los gremios en la mira del juez, según trascendió a través de un comunicado público emitido desde el mismo juzgado.
Nada es casual: ServiFarma es la principal proveedora de medicamentos para el gremio de los encargados de edificios.
En la presentación judicial que hizo por el incidente de la valija a Uruguay, que involucró a Stangalini, Monner Sans se preguntó: “¿Estamos frente a lavado de dinero y/o a contrabando y/o violación de deberes de funcionario público? Porque más allá de la legalidad uruguaya quebrantada, hay normatividad argentina en juego". Es parte de la presentación judicial que hizo el abogado.
Si alguno alberga alguna duda, sepa que la causa que investiga a Stangalini está radicada en el juzgado federal a cargo del magistrado Sergio Torres, con intervención del fiscal Guillermo Marijuán, y el número de expediente es el 5538/11.
Finalmente... luego de todo lo antedicho, ¿quién puede defender a personaje de tal calaña? ¿Cómo es posible que periodistas de renombre arriesguen su reputación en pos de hacerlo?
La respuesta es una sola: el dinero. Hay mucha plata de por medio, mal habida, claro. ¿Eso a quién le importa?
Hoy Santa María quiere blanquear su imagen, luego de haber comprado —con fondos que no parecen lícitos— el diario Página/12. En diciembre incluso intentó incursionar como presidente de Boca Juniors… sin éxito, ciertamente.
En ese contexto, no le sirve que su nombre aparezca “manchado” en los medios. Menos aún el de su “valijero” y contador del sindicato que comanda, el referido Stangalini.
No tengo mucho más para decir. Solo una última aclaración: decidí resguardar el nombre de los que me llamaron en los últimos meses albergando la esperanza de que recapaciten. Sinceramente lo espero… este gran oficio llamado periodismo lo merece.