Cada tanto, cuando tengo tiempo de sobra (no es usual), me gusta debatir en las redes sociales con tuiteros adeptos al kirchnerismo.
Es gente muy particular, ya que, a diferencia de los seguidores de otras banderías políticas, son tipos fanáticos, como si fueran parte de una secta.
Todos repitiendo mantras idénticos, en defensa de Cristina y Néstor. Ciertamente, pareciera que ni siquiera saben de qué hablan, solo se ponen un cassette y ponen “Play”.
Entonces, hago lo que mejor sé hacer: obligarlos a “pisar el palito”. Los voy llevando en la discusión hasta que se quedan sin argumentos y empiezan a insultar.
Normalmente, los acorralo con argumentos muy sencillos: si me tratan de “macrista” les recuerdo que presenté varias denuncias judiciales contra funcionarios de este gobierno y que escribí cientos de notas de investigación ad hoc. Acto seguido, les pregunto cuántas denuncias presentaron ellos o cuántos artículos periodísticos escribieron contra el oficialismo de turno. Es cuando llega el insulto, porque no tienen respuesta.
A ese respecto, debo confesar que ni siquiera son originales: o me tratan de “gordo” (¿Es un delito serlo o acaso un pecado?) o me tratan de “pelotudo”. En este último caso, opera la célebre “proyección” del psicoanálisis.
Lo que nunca tienen son argumentos. Está claro. Entonces avanzo un paso más y los invito a debatir cara a cara, les permito incluso a elegir el lugar y la hora. Pero tampoco lo admiten.
¿Por qué? Simple, porque no pueden rebatir nada de nada. Por otro lado, no quieren abandonar su anonimato. Son valientes de escritorio. O sea, son cobardes.
En lo personal, jamás he dejado de aceptar un debate en persona. Nunca. Porque siempre tengo elementos que respalden mis dichos.
Pero estos tipos, no. Ya lo he mostrado en infinidad de notas, y esta es otra prueba más. Arrancó con mi famoso desafío para que me muestren el diploma de Cristina Kirchner. Y eso que, insisto, no soy el iniciador de ninguna de las discusiones.
Todo empezó con un tal @JPerdy4, a quien dejé sin argumentos por Twitter y luego invité a debatir en persona.
Su respuesta era obvia: “Pero mirá q voy a perder tiempo en ir a q me muestres dos notas tuyas impresas? q te hace pensar q le daría entidad a una nota tuya y pdf q no tiene firma, nada y desde el vamos arranca diciendo q no es prueba de nada?”. Conste que le ofrecí llevar todo un expediente judicial. Mis tuits no me dejan mentir. Incluso se superó a sí mismo al admitir que ni siquiera sabía de lo que estaba discutiendo: "Además si voy tengo q tener el material leído", reconoció.
Luego hice lo propio con un tal Rodrigo Más (@rodmasf) quien directamente se excusó en que estaba “recién operado”, como puede verse más abajo. Otro que me trató de macrista y no tenía una sola denuncia ni nota periodística contra Macri. Encima tiene un Iphone, incoherente él.
El último es un tal @zalazarog, directamente un delirante. Baste ver lo que dice en su cuenta de Twitter. Tampoco se animó a la discusión. Entonces, me pregunto: ¿Tan complejo es defender a la chorra en persona?
Pero hay una yapa: hubo un cuarto kuka, en Facebook. Un tal Couch Santiago (no es chiste, el tipo no sabe que se escribe “coach”), quien quiso reclamar mi premio de 10 mil dólares por el diploma de Cristina y le falto… ¡el diploma!
La discusión fue tan penosa que terminó borrando sus propios posteos. Solo logré conservar este, donde le digo que soy capaz de pagarle un millón de dólares si me muestra un solo escrito firmado por Cristina. Nada que agregar.
Hubo un quinto, un tal Vegaaa (@Dami_xxga), quien directamente no merece ser tenido en cuenta, ya que ni siquiera aporta su nombre verdadero. Menos aún admite el debate cara a cara.
No te alteres que te va a hacer mal. Estás muy nervioso ya. Cuando quieras debatimos cara a cara sobre lo que quieras.
— Christian Sanz (@CeSanz1) 30 de abril de 2019
En fin, solo me resta recordar, como siempre, aquella célebre frase que dijo alguien alguna vez: “A cada minuto nace un idiota”.