Están ahí, agazapados, escondidos en el anonimato que regalan las redes sociales. Solo saben insultar, jamás argumentar.
Se dedican a la provocación más básica, a la altura de un chico de la primaria. Son los célebres “trolls”, tuiteros que no tienen nada que hacer más que defender alguna posición de manera intransigente y sin mayores argumentos.
Los hay macristas, los hay kirchneristas… y los hay de los otros. Cada uno vive obstinado en su propio e irracional mundo. No aceptan la crítica, menos aún la autocrítica.
Cuando uno les demuestra que están equivocados, apelan al insulto. Sin escala previa. No les da para mucho más.
Para refrendar lo que son, suelen decir “yo no soy troll”. Sin embargo, carecen de seguidores y sus nombres son falsos. Más aún, cuando se los invita a debatir cara a cara escapan como rata por tirante. ¿Se puede ser más cobarde? ¿Cuál es el valor de arrojar la piedra y esconder la mano?
Esta misma semana me crucé en las redes sociales con tres de ellos. Uno de ellos, llamado "Nachule" —nombre trucho, obviamente— llegó a poner en duda la afirmación de Cristina Kirchner de que había hecho su enorme fortuna como “abogada exitosa”. Le respondí con un tuit conteniendo el video del memorable momento. Acto seguido, el troll desapareció por completo.
¿Así que no dijo CFK lo de "abogada exitosa"? Mirá ese videíto y guardate a silencio @nachule https://t.co/qdkxE99bE7 pic.twitter.com/soTsuZ5eGY
— Christian Sanz (@CeSanz1) 3 de junio de 2018
No fue el único. Un tal “Bigmac” (@tinchuss) también salió de la madriguera a provocar. Con menos suspicacia acaso, ya que su único argumento fue llamarme “gordo” (lo soy, no me molesta que me lo recuerden). Así y todo, lo invité a debatir, papeles en mano. No aceptó, como era de esperar.
El tercer caso es el de un tal Mariano E. Azcurra (Carrous_el), el menos ocurrente de todos. De hecho, su cuenta de Twitter es un cúmulo de retuiteos de leyendas urbanas K, principalmente provenientes del sitio “El destape”, del operador Roberto Navarro.
Sus pocos “tuits propios” son repetitivos y no aportan nada de nada, solo insultos. Es otro de los que no aceptan debatir cara a cara. Es lógico, ya que atrasa 50 años como puede verse.
Me he divertido mucho en los últimos días con estos tres personajes. Luego, cuando los dejé sin argumento —admito que no me fue complicado dejarlos en silencio, no son muy ocurrentes— decidí bloquearlos. Agotaron mi cuota semanal de estupidez.
Es que, como dice aquella frase que le atribuyen a Albert Einstein, “la inteligencia es limitada, pero la idiotez no tiene límites”.