Y de pronto, apareció sobre el tapete la discusión menos pensada —acaso la más incómoda—, que copó la agenda de los medios como si se tratara de una novedad.
Se trata del cruce entre María Eugenia Vidal y el presidente de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Néstor De Lázzari.
Fue después de que este último asegurara que existen "causas armadas artificialmente", con "abusos de testigos de identidad reservada, de arrepentidos y de factores de presión que inducen".
Ciertamente, ninguna novedad. Es una frase que bien podría haber sido pronunciada durante el menemismo, el duhaldismo o el kirchnerismo. ¿Cuál es la sorpresa?
Habrá que ver a qué se refiere De Lázzari cuando afirma lo que afirma. Porque aún no ha detallado ningún expediente de relevancia, ni tampoco ha hecho denuncia penal alguna. Solo palabras y más palabras, que suenan a oportunismo en medio de la campaña electoral.
Pocos saben que el titular de la Corte bonaerense responde a los intereses de Eduardo Duhalde, siempre presto a “jugar” en las sombras. Por caso, el reciente fallecimiento de Fernando de la Rúa rememora algunas de esas prácticas.
Para quien no lo recuerde, De Lázzari llegó al supremo tribunal de Buenos Aires durante el gobierno de Duhalde: entre noviembre de 1994 y noviembre de 1996 fue Procurador General, y en 1997 llegó a ocupar una vacante en el máximo Tribunal provincial.
En esos días, moría asesinado por la mafia el reportero José Luis Cabezas, sobre lo cual De Lázzari jamás dijo una sola palabra.
Es que, durante esas jornadas reinaba la confusión. Peleas de bandas criminales, vinculadas a la política y la droga, se disputaban territorios y negocios. Y uno de los clanes respondía al mismísimo Duhalde. Ello explicaba el mutismo.
Esa complicidad siempre fue bien valorada por el duhaldismo. Y es lo que explica su meteórico ascenso.
Para entenderlo mejor solo hay que mirar a uno de sus “compañeros” en la Suprema Corte bonaerense, el juez Eduardo Julio Pettigiani, quien hoy ostenta la presidencia de ese cuerpo.
El ascenso también fue oficiado por Duhalde, quien lo premió por hacer desaparecer una causa Judicial que tramitaba en Mar del Plata, en la cual aparecían escuchas que lo comprometían seriamente en el siempre oscuro negocio del tráfico de estupefacientes.
Más aún: Pettigiani llegó a sobreseer a aquellos que comprometían al caudillo bonaerense por sus vínculos con las drogas. Ello obró para que ascendiera de inmediato y pudiera abandonar la lúgubre oficina que ostentaba en La Plata como secretario de Seguridad bonaerense.
El abogado Facundo Caparrelli, otrora director de la oficina de Crimen Organizado, bien puede dar cuenta de ella. No casualmente el tópico narcotráfico era una de las áreas a su cargo.
Es bueno recordar la trama en estas horas en las que De Lázzari aparece cuestionando duramente a sus colegas federales.
Sus críticas son oportunas, desde ya, pero hubiera sido conveniente escucharlas durante los años del kirchnerato, cuando los Oyarbides, Galeanos y otros magistrados hacían estragos en Comodoro Py.