“A Moyano lo rodeaba el fantasma de la droga”, dijo una vez Roberto Digón, otrora directivo de Boca Juniors. Y no se equivocó.
Porque Hugo no solo es sinónimo de mafia y apriete, sino también de narcotráfico. Es un secreto a voces, del cual hablé con pelos y señales hace un lustro. En este mismo espacio.
Todos lo saben en ciertos estratos de la política y, principalmente, en el gremio postal. Lo dio a entender en su momento Franco Macri, en tiempos en los que estuvo al frente del Correo Argentino.
Pero no fue el único. Muchos otros lo reconocen en privado. Con obvio temor, claro. Porque Moyano es más poderoso de lo que se cree.
Configura cabalmente el significado de la mafia: el Estado dentro del Estado. Con el control de la Justicia, la política e incluso algunos medios de comunicación.
Ello le ha permitido que la prensa mirara para otro lado en aquella oportunidad en la cual le encontraron casi medio kilo de cocaína en su despacho. “Me hicieron una cama”, sostuvo en esos días.
Sus sospechas apuntaban a otro narco: Alfredo Yabrán, de quien siempre desconfió. Y viceversa. Uno y otro siempre se miraron con recelo, porque competían en aquel luctuoso negocio de la muerte, el de la comercialización de estupefacientes.
Por eso, no debe extrañar lo ocurrido con la hija de Hugo, Karina Moyano, quien terminó complicada en una causa de narcotráfico. Con la pertinente incautación de dinero por parte de la Justicia.
Fueron “dos mangos”, según el camionero. En realidad, casi medio millón de dólares y 600 mil pesos. Una pequeña fortuna, ciertamente. Que jamás pudieron explicar, ni él ni su hija.
Pero nada ocurrirá finalmente. Porque, como se dijo, Moyano es un intocable. Un poderoso al que jamás se le anima la Justicia. Ni siquiera cuando aparecieron pruebas que lo comprometían en la mafia de los medicamentos, hace poco más de una década.
Su fortuna tampoco será objeto jamás de investigación alguna. A pesar de lo escandaloso de su crecimiento patrimonial, que Tribuna de Periodistas empezó a investigar allá lejos y hace tiempo, en 2003.
Como sea, para entender lo que representa Moyano, hay que retrotraerse a una vieja frase del ya mencionado Yabrán: “El poder es tener impunidad. Ser poderoso es ser un impune, un hombre al que no le llega nada (...) Para mí, un poderoso es el que consigue o tiene la posibilidad de conseguir una ventaja”.
Más claro… echarle agua.
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