Otra vez sopa… de pronto, todo parece una gran burla a los familiares de los 85 muertos por el atentado a la AMIA, ocurrido el 18 de julio de 1994.
Refiere a un presunto documento del Mossad israelí publicado este jueves por grandes medios argentinos, que, créase o no, contradice a viejos informes de la misma agencia de inteligencia.
Lo curioso es que las notas periodísticas en cuestión no adjuntan ningún informe que sustente sus dichos, solo gráficos y fotos y teorías que no tienen siquiera membrete.
El documento es bien conveniente, porque llega a poco de haberse viralizado en Netflix el irrefutable documental “Iosi”, que revela lo ya sabido: primero, que Irán nada tuvo que ver con lo ocurrido en AMIA; segundo, que sí hubo implicancia de funcionarios argentinos en aquel hecho.
No es lo único que colisiona de frente contra las pretensiones del supuesto paper del Mossad. Hay mucho más: por caso, allí se asegura que los explosivos que estallaron en la sede de la AMIA llegaron ocultos al país en frascos de champúes y cajas de chocolate.
Como ya publicó este periodista media docena de veces, el explosivo fue adquirido por un ciudadano sirio llamado Nassif Hadad poco antes del atentado, y la factura de esa compra aparece en el mismísimo expediente judicial.
No es todo: el documento confunde los explosivos usados para volar la embajada de Israel con los utilizados para explotar la AMIA. Un disparate total, que jamás podría pasarle por alto al Mossad. En 1992 se utilizó exógeno C-4. Dos años después sí apareció la utilización del consabido nitrato de amonio.
A su vez, el paper vuelve a ponerle nombre y apellido al presunto conductor suicida de una camioneta que jamás estalló, ni en la Embajada de Israel, ni en la AMIA. Todo ello consta en el expediente judicial, se aclara.
Mucho más podría comentarse al respecto, pero carece de sentido a esta altura. Está claro que hay un fuerte consenso en mentir sobre lo ocurrido en torno a los atentados en Buenos Aires y encubrir a los verdaderos culpables, todos de nacionalidad siria.
Como se reveló en los documentos secretos desclasificados en 2003 por Néstor Kirchner, la mentira fue urdida entre el entonces presidente Carlos Menem y el primer ministro israelí, Yitzak Rabin. Son cables diplomáticos oficiales, irrefutables también.
Uno y otro convinieron en 1994 que no se acusaría a Siria y solo se apuntaría a Irán, aunque no hubiera evidencia. Una nación era “amiga”, la otra era “enemiga”. Dicho sea de paso, Menem era sirio.
Lo que sorprende no es que la política mienta, sino que lo haga el periodismo. Porque unos, los políticos, se dedican a ello, a mentir. Pero la prensa debería informar con la verdad.
En realidad, nada nuevo bajo el sol: Román Lejtman es quien publica hoy la “revelación” en Infobae. El mismo que viene sosteniendo los mayores disparates y a quien Jorge Lanata acusó de cobrar sobres de dinero por parte de la exSIDE.
El otro que miente a sueldo es Daniel Santoro, en Clarín. Nada que agregar…
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