A principios de noviembre de este año, Malena Galmarini decidió denunciarme por presuntas amenazas contra su marido Sergio Massa. Es curioso, porque suelo ser confrontado por presuntas calumnias o injurias a nivel penal, o daños en el fuero civil. Jamás por amenazas.
La denuncia de la esposa del malogrado ministro de Economía es disparatada por donde se la mire. Me asocia a un grupo de influencers y tuiteros en una conspiración imposible, presuntamente pagada por Mauricio Macri. Algo que deberá demostrar la enriquecida mujer.
Las irregularidades las hay por doquier: primero, la causa recayó “casualmente” en el Juzgado de María Romilda Servini, siempre afecta a beneficiar a referentes del peronismo.
Luego, le pidió que mantuviera en reserva la denuncia en sí y pidió allanar a los denunciados y secuestrar sus elementos de trabajo. Así nomás, de manera discrecional. Apoyada esa decisión por la jueza y el fiscal.
Es curioso, porque en menos de un mes el expediente acumuló 1.200 fojas, volumen que contrasta con el nulo avance que ostenta la denuncia que le hice al propio Massa en agosto de 2012 por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero. Ese expediente, dicho sea de paso, lo tiene paralizado el “servicial” juez Marcelo Martínez de Giorgi.
Tal vez ayude a entender la velocidad del accionar judicial de Servini el hecho de que las capturas de pantalla que adjuntó Galmarini en su denuncia fueron tomadas desde una cuenta que se identifica como “taviluciano”, perteneciente a Gustavo Luciano, que trabaja en Consultora Servini, propiedad de Juan Servini, nada menos que hermano de la jueza a cargo de la causa.
El colmo de todo lo antedicho lo configura el silencio de los grandes medios, que han decidido hacer mutis por el foro a pesar de que la maraña de desaguisados está pertinentemente documentada.
Lo vengo diciendo hace mucho tiempo: Massa es un tipo blindado. Se lo puede criticar en puntuales pelotudeces, pero jamás en cuestiones sensibles, como el referido enriquecimiento que ostenta o sus vínculos probados con el narcotráfico.
Nada que deba sorprender: en Argenzuela todo sigue como si nada. El acting sigue adelante disfrazado de normalidad.